Itinerario emocional

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Publicado en Opinión

Itinerario emocional

Miércoles, 01 Agosto 2018 00:10 Escrito por 

Me despierto con la tranquilidad de disfrutar olores, sabores y colores dominicales. La mañana está hecha para disfrutarse, saltamos de un tema a otro, quizá evadiendo ese que nos duele, no sólo por lo “cotidiano” del tema, sino por los vínculos sociales implícitos.

La noche anterior, amigos cercanos acompañaron a despedir a un joven que días antes había desaparecido, y cuyo cuerpo –tristemente– fue encontrado sin vida. Rostros de impotencia, de dolor, de miedo, mucho miedo.

Es cierto que la violencia se ha intensificado a nivel global: en Europa y Estados Unidos el terrosismo es uno de los factores determinantes; las condiciones de pobreza y desigualdad es lo que le caracteriza en África, tanto como el crimen organizado en América Latina.

En México, en los últimos años, se ha vivido una transformación acelerada en distintas esferas de la vida social, lo cual ha alterado de forma significativa el marco de convivencia de la sociedad. Las relaciones familiares, laborales, incluso los valores que tradicionalmente nos identificaban, han cambiado poco a poco y el efecto directo de estas transformaciones puede apreciarse en la expansión de la violencia que se ha acrecentado en nuestro país en los años recientes.

En este sentido –y muy lamentablemente– los escenarios de inseguridad no son extraños para ninguno de nosotros. De hecho, estamos ya casi acostumbrados a ciertas escenas cotidianas que llevan implícita cierta desconfianza al prójimo, y ello ya no nos sorprende, forman parte del mundo en el que nos ha tocado crecer.

Recuerdo que en mi primer día de clases mi mamá me acompañó a la escuela primaria, me indicó cuál sería mi salón de clases y se fue a casa. Recuerdo que esa tarde regresé a casa caminando sola. Recuerdo que caminaba tres kilómetros diariamente para llegar a la escuela. Tengo presente el verde del campo, sus veredas, el sonido del búho y el gran portón de madera del Seminario que todos los días veía en mi trayecto. Me acuerdo que ese era otro México.

Hoy mismo yo no podría hacer eso mismo con mis hijos, ni yo ni muchas madres, no porque no queramos, o no lo consideremos apropiado: No. Es porque sabemos que hay muchos peligros que pueden acechar a los chicos y a los no tan chicos, porque tememos por ellos y por nosotros.

Cuando en una mesa, en una charla de café, en un encuentro entre amigos, con los afectos, rememoramos estos tiempos, cuesta trabajo encontrar una respuesta a las inquietudes de los más jóvenes, a sus dudas, a sus enfados, a sus miedos.

Hoy es impensable suponer que te pudieras quedar dormido en el transporte público. ¿A cuántos de nosotros no nos despertaron para decirnos que el autobús había concluido su viaje y había que bajar? Con pena, sí, pero sin miedo.

En más de una ocasión he escuchado a jóvenes afirmar que debió ser lindo crecer en un mundo donde vivir no diera miedo, donde soñar no fuese un peligro.

La saturación de información que recibimos todos los días en muchos momentos nos vuelve inmunes al dolor. Sabemos que las causas de la violencia y la delincuencia son múltiples e interrelacionadas; sin embargo, cuando nos toca –otra vez– sentirlo tan cerca, resulta inevitable no reflexionar sobre ello.

Sabemos que los problemas que enfrenta la sociedad en materia de inseguridad están ligados a los procesos de reconfiguración de su tejido social, pero qué hacemos en un contexto impactado por la incertidumbre, por dónde empezamos para hacer posible la construcción de vínculos integradores.

Las respuestas no son sencillas, no dependen de una persona ni de una institución. Desde la academia me ha interesado estudiar el tema y desde esa trinchera he comprendido que no es suficiente analizarlo, sino participar de una manera más activa en la coproducción de la seguridad, buscando estrategias encaminadas hacia el fortalecimiento de la participación social.

Desde la condición humana podemos empezar para sensibilizarnos, como diría el cantautor argentino León Gieco:

Solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente…

Sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente.

 


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Ivett Tinoco García

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