Las reporteras y sindicalistas, además de luchadoras sociales, Elizabeth Velasco Contreras y Judith Calderón Gómez, despedidas del diario La Jornada por tener libre pensamiento y dignidad en la defensa de sus derechos laborales, han demostrado ser mujeres como se acostumbra a calificar en el léxico común con el que se califica la fidelidad y honestidad de una persona “de una sola pieza”. Diría yo, espartanas. Esto es, mujeres a prueba de corrupción o éticas indebidas pese a las duras pruebas, algunas amargas, que la vida y la sociedad les ha impuesto.
La primera perdió a su hija hace siete años y la segunda, el viernes 1 de marzo a su hijo. No quiero tratar de interpretar el dolor, la pena, la soledad que en esos momentos vive un padre o madre. Lo he vivido también y lo comprendo a fondo pues en 2002 perdí a mi hija. Son pruebas tremendas de la vida que nos obligan a sobreponernos con un amargo pero digno recuerdo de por vida.
Tengo la certeza de que Judith Calderón Gómez, sindicalista despedida de la manera más burda, corriente y antidemocrática, siendo secretaria general del sindicato de La Jornada, se sobrepondrá, como lo hice después de mi tragedia personal de 2002 y como hizo Elizabeth Velasco Contreras con la ausencia de su querida Ruth hace siete años.
Durante el sepelio, al que asistieron miles de amigos, simpatizantes de su causa, ex compañeros de viejo Unomásuno (el de Manuel Becerra Acosta), Judith Calderón Gómez mostró una entereza y madera para enfrentar, ante el féretro de su hijo, la pena y erguir su figura digna y de alta conciencia para recibir las interminables filas de pésame.
Judith Calderón Gómez y Elizabeth Velasco Contreras son mujeres de una sola pieza. De gran madera. No las dobla nada, por haberse formado con principios e ideología firme y limpia. A Judith la conoció en el viejo Unomásuno cuando me tocó recibir su solicitud de ingreso al diario ya que la misma se tenía que hacer a través de la cartera sindical del Trabajo que me tocó representar. En el corto diálogo que sostuve con ella me quedó claro su hondo amor por el oficio de reportera y sus fuertes convicciones por la verdad, la justicia y la defensa de los derechos universales.
A Elizabeth Velasco Contreras tuve el honor de conocerla en al zócalo de la Ciudad de México cuando como reportera de Excélsior se le encomendó cubrir el ayuno por la paz que encabecé durante cuarenta días y cuarenta noches con un grupo de ciudadanos. Allí llegaron provocadores, entre ellos un gusano exiliado de Cuba, que había pasado por Miami, que incitó a la violencia contra nosotros.
Elizabeth, pese a ser tarde y tener que pasar su nota antes del anochecer se quedó no sólo a cubrir el evento sino a sumarse a la defensa de un movimiento genuino, lo que permite decir que es de convicciones por la justicia a toda prueba. De una sola pieza, como Judith.
El regalo de Alejandro Caballero Calderón
Alejandro Caballero Calderón dio la vida por su amada madre, Judith Calderón Gómez. Estuvo dispuesto a darla desde antes de este fatal acontecimiento. Estuvo dispuesto a entregarse durante la huelga legal que los trabajadores de La Jornada sostuvimos a las afueras del diario en 2017, acción por la que en una determinación que se puede equiparar con las prácticas fascistas fue demandado penalmente acusado de secuestro, aunque finalmente, casi dos años después el juez lo declaró inocente.
Pero con su muerte, el joven de 21 años, Alejandro Caballero le entregó a su madre Judith Calderón el mejor regalo que el más digno de los hijos le hubiera querido dar a una luchadora social como es Judith Calderón: la presencia en el sepelio de miles de personas de todos los ámbitos para demostrar con ello que Judith Calderón no está sola y que moralmente tiene todo el reconocimiento de la sociedad mexicana en su actuar y en su lucha por la justicia laboral y la verdad.
Asistieron innumerables personalidades, representantes de sindicatos; plumas increíbles y dignas como Julio Hernández, Sara Lovera, Salvador Guerrero, José Reveles, José Gil Olmos, Miguel Badillo, Emilio Lomas; los despedidos injustamente de la Jornada, trabajadores que sufren el acoso laboral al interior de ese diario y cientos y cientos de jóvenes amigos de Alejandro.
Donde quiera que esté, Alejando se vanagloria y se enorgullece de haberle dejado ese maravilloso regalo a su madre, con el que ésta tiene toda la autoridad moral que le da la sociedad mexicana para descalificar a los fariseos que pretenden hacerle más daño. Ahora con la acción penal que pende sobre de ella y por la que Alejandro hubiera dado su vida. Ya la dio y Judith no está sola. Alejandro Caballero Calderón q.e.p.d.
*Presidente de la ONG Franature