En vísperas de que se cumplan los primeros cien días del gobierno de Andrés Manuel López Obrador al frente de la presidencia de México, viene la obligada evaluación de las decisiones que ha tomado y con las que marca el rumbo que habrá de seguir la administración federal. La prisa que ha proyectado en sus acciones, ponen en claro sobre cuál es el riel en el que conducirá a México en los próximos años.
Como en todo lo que ha venido sucediendo, habrá dos tipos de análisis. Uno; el del gobierno que seguramente saldrá a decir con bombo y platillo de por medio, que las cosas van bien, que se ha logrado avanzar en temas importantes, como el del combate a la corrupción, el cual es el pilar de la oferta de su gobierno, así como otros temas de la mayor importancia como el de la seguridad, la economía, etcétera, y se espera que las cifras para apoyar su versión serán manipuladas al contraste con otras que puedan desmentirlas.
Y la segunda; hecha por analistas especializados en cada materia, y sobra decir que serán menos escuchadas y más descalificadas, por la razón simple de la eficiente comunicación que tiene el titular del ejecutivo con sus feligreses, que cada día se suman más a un apoyo que más parece inconsciente que reflexivo.
Lo anterior es de fácil pronóstico porque las encuestas señalan que la aceptación del presidente va en aumento, en varias de ellas le dan hasta por encima del 80% de aceptación, y aunado a ello la percepción en el exterior es similar, de acuerdo a una encuesta realizada por el portal español 20 minutos, que coloca al mandatario como uno de los mejores presidentes por tratarse de un personaje humilde y carismático.
Sin embargo, que sea calificado como una persona humilde y carismática, no quiere decir que necesariamente sea un buen estadista, las decisiones que ha tomado en el inicio de su sexenio causan preocupación, porque reflejan una sensación más de ineptitud que de capacidad para enfrentar y resolver los problemas que aquejan a México.
Una cosa muy distinta es desear un país mejor a través de una política social y económica en apariencia nueva (que no lo es) y otra, muy distinta, poder hacerlo. Cuando fue presidente Carlos Salinas de Gortari, prometió con su política económica y con ella, el inicio de un histórico tratado de libre comercio que celebró con las potencias del continente, Estados Unidos y Canadá, que estábamos instalados en el contexto del inicio de un México progresista, y con él, entraríamos de lleno a ser considerados del primer mundo. Lo que sucedió después con la sacudida que le dio el Ejército Zapatista de Liberación Nacional retrajo las ideas de celebración a una realidad que reclamó sobriedad respecto de las declaraciones triunfalistas.
Lo mismo sucedió en el sexenio de la alternancia de Fox, quien prometió mucho más de lo que hizo, pasando por Felipe Calderón y el recién terminado gobierno de Enrique Peña, cada uno se caracterizó por la arrogancia de pensar que tenían en sus manos la manera de encaminar al país por la ruta del progreso y el bienestar social.
Ahora, lo más seguro es que el informe de los resultados de esta nueva administración sean anunciados por AMLO como el mejor inicio de cualquier gobierno que haya estado en el poder en México, y tal vez, se aventure a decir que de muchas otras partes del mundo. No es necesario adivinarlo, suena hasta lógico, su megalomanía no le permite ver de otra forma las cosas, pero, ¿será esto cierto?
Parece que no, pero eso no le importa, con el capital político y social que presume, cree que puede darse ese lujo, a pesar de ser cuestionado por las determinaciones que ha tomado en asuntos relevantes como la seguridad, la economía, programas sociales, cambios, despidos, el hecho de suprimir programas sociales, entre muchos otros. Enfocado en su objetivo, piensa que le dará la razón el sistema que está implementando, y que será la solución a todos los problemas, mientras tanto, desoye las críticas que contradicen su tesis, la cual defiende al grado de la necedad.
Por ejemplo, está enfocado en pensar que la grandeza que tuvo Pemex hace muchos años, con una productividad que la caracterizó en su momento, la volverá a tener, para ello decide rescatar a la empresa paraestatal que ha generado incertidumbre en los inversionistas por el continuo deterioro de los perfiles de riesgo de negocio y financiero de ésta, que ha comprometido la recuperación de sus principales líneas de negocio, a pesar y muy a pesar de que en sus conferencias se queje de esta condición. Renuente a abrir la inversión con la reforma energética se quedará sólo en una lucha de antemano perdida, porque Pemex se ha convertido en un lastre, en una carga para los ciudadanos.
Por otro lado, es importante preocuparse por los más necesitados, sin duda, pero no es entregando dinero como se van a solucionar sus problemas, más bien, todo apunta a una perversa intención de sumar adeptos a su movimiento, y contar con esos votos seguros para su permanencia o perpetuidad, aunque no quiera aceptar que nadie es eterno y nada es para siempre.
Ahora el presidente López tendrá que lidiar con la decisión de la Calificadora Standard and Poor´s que redujo a negativa la calificación de Pemex y de la CFE por considerar el plan financiero del gobierno como insuficiente, a esto y como era de esperarse, el titular del ejecutivo arremetió en su contra, señalando que el neoliberalismo fue una política económica “ineficiente” que se caracterizó por el saqueo y la corrupción, consideró que la calificación castiga al país por la política neoliberal que se aplicó en los últimos 36 años, que fue un rotundo fracaso, sobre todo en los últimos años, quejándose que ahora “nos toca pagar los platos rotos”, y reprocha a las calificadoras que durante el tiempo que “imperó la corrupción permanecieron calladas y las calificaciones de las empresas productivas del Estado eran de “excelencia”, sin detenerse a pensar siquiera (qué difícil condición), que lo que determinan las calificaciones es el futuro poco promisorio que ven para la economía mexicana, es decir, son sus decisiones.
Resta esperar para cuándo va a decidir el presidente López empezar a trabajar para el cargo que fue elegido, porque está instalado en campaña permanente, no le ha caído el 20 o no quiere enterarse que su obligación no está en defender su postura todas las mañanas, y arremeter en contra de otros, su obligación es gobernar, su trabajo como presidente de México aún se encuentra en espera.