La barbarie del “Pikadon” y el diario del doctor Hachiya

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La barbarie del “Pikadon” y el diario del doctor Hachiya

Domingo, 09 Agosto 2020 10:32 Escrito por 
La  barbarie del “Pikadon” y el diario del doctor Hachiya Los Sonámbulos

“Si tuviera algún sentido averiguar qué forma de literatura es hoy en día indispensable, indispensable a un hombre que sepa y tenga los ojos abiertos, habría que decir: ésta”.

En esos términos se refirió el Nobel de Literatura, Elías Canetti, sobre el libro “Diario de Hiroshima”, escrito por el médico Michihiko Hachiya, luego de que el presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, autorizó que utilizara la primera bomba atómica contra civiles en esa ciudad que, se estima, mató al momento a 80 mil personas y dejó otras 70 mil heridas, aunque para 1950 y debido a los efectos provocados entre los habitantes, la cifra de muertos se calculó en cerca de 200 mil.

El pasado jueves se cumplieron 75 años de aquella masacre generada por el “Pikadon” (fogonazo y estruendo, en japonés), como lo denominaron las víctimas.

Al lanzamiento de la bomba “Little Boy”, desde el Enola Gay, siguió el de “Fat Man” sobre Nagasaki tres días después, que dejó como saldo unos 40 mil muertos en el momento y otros tantos por los efectos hasta el año 1950.

En esa forma se comprobó nuevamente que el “Homo sapiens, de espíritu racional, puede ser al mismo tiempo un Homo demens”, como sostuvo el pensador Edgar Morin en su “Breve historia de la Barbarie de Occidente”, un compendio en el que al final se invita a pensar la barbarie porque, dice, es una forma de contribuir a “recrear el humanismo. Por lo tanto, es resistirse a ella”.

Justamente, el diario del doctor Hachiya es el testimonio-documento del “Pikadon” que debe ser leído y releído para resistirse a la barbarie y tratar de dimensionar lo que el médico -y paciente al mismo tiempo- describió a partir del 6 de agosto y hasta el 30 de septiembre de 1945.

Son retratos vivos de la muerte, anticipos de “muertos andantes” que ahora pueblan películas de zombis, con “rostros que se deshacen, la sed de los ciegos. Dientes blancos que sobresalen en una casa desaparecida. Calles ribeteadas de cadáveres. Sobre una bicicleta un muerto. Estanques rebosantes de muertos. Un médico con cuarenta heridas”, prologó Canetti.

Y es que una mañana cálida y hermosa, con el “agradable contraste que ofrecían las sombras del jardín con el brillo del follaje, tocado por el sol desde un cielo sin nubes”, fue barrida por un intenso resplandor que provocó que un farol de piedra de su jardín se encendiera, en pleno día, a las 8:15 de la mañana, “con una luz más brillante que el día”, narró Hachiya.

Luego, anotó que “las sombras del jardín se desvanecieron, el panorama poco antes luminoso y soleado era ahora oscuro, brumoso… Vi confusas siluetas humanas, algunas parecían ánimas en pena, otras se movían con aire dolorido, con los brazos extendidos muy separados del cuerpo, como espantapájaros… Había algo común a toda la gente con la que me crucé, el más absoluto silencio” .

Herido en el cuello y acompañado por su esposa bañada en sangre, Hachiya, director del hospital de Comunicaciones, hasta tropezó con la cabeza desprendida del cuerpo de un hombre que había sido oficial del ejército en su camino al hospital de Comunicaciones, del que fue director, para instalarse y auxiliar a las personas.

Después, las escenas reales, con el infaltable olor a sardina quemada desprendido de las fogatas nocturnas con la quema de cuerpos, fundidas en las peores pesadillas del doctor: los cadáveres lo rodean y lo observan, entre ellos el de una niña que tiene un ojo en la mano y “de pronto el ojo comenzó a trepar hacia el cielo y después vino volando hacia mi, de manera que al alzar la vista yo veía una pupila gigantesca, descomunal, más grande que el mundo, que revoloteaba sobre mi cabeza, clavada en mí. El terror me dejó paralizado”.

En fin, la muerte como epidemia, una lectura estremecedora que permitió a Canetti atajar de manera categórica la falsa polémica sobre si fue necesario doblar más a un país ya doblado en ese momento: “Sobre Hiroshima se abatió una catástrofe que fue cuidadosamente calculada y provocada por seres humanos; la naturaleza se haya excluida del juego”.


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Jesús Delgado

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