No hace mucho éramos espectadores, consumidores pasivos de los medios de difusión. Hoy, en 2017, con el uso de las diferentes plataformas digitales como YouTube, los blogs, Facebook, Twitter y otras, NOSOTROS SOMOS LOS MEDIOS. Hoy, usted y yo, y sobre todo nuestros hijos y más aún nuestros nietos, vemos los programas de televisión, las películas, y aun a la publicidad como invitaciones a participar, como experiencias que nos absorben con la multiplicación de pantallas por todas partes o en que voluntariamente nos adentramos a fondo en nuestras tabletas digitales o celulares.
Somos hoy testigos del surgimiento de una nueva forma de narrrativa que es inherente a las nuevas plataformas digitales. Historias contadas a través de varios medios a la vez en una forma no lineal, estas nuevas narrativas nos animan no solamente a observar sino a participar, a menudo involucrándonos de la misma manera en que lo hacen los juegos, totalmente inmersos en el ambiente virtual.
Esto está transformando las formas en que aprendemos...y que enseñamos.
Se trata de ¨medios profundos¨ que presentan historias que no sólo son entretenidas sino experiencias de inmersión, que nos envuelven con mayor profundidad que un drama televisivo de una hora o una película de dos horas. Un destacado ejemplo es la reciente producción de realidad virtual del premiado director González Iñárritu, Carne y Arena, sobre el tema de la inmigración y que se hizo merecedora de un premio Oscar especial por parte de Hollywood. Esta producción que se presenta en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco dura siete minutos y hace sentir lo que un inmigrante experimenta al tratar de cruzar la frontera con EU.
Los narradores actuales en este tipo de medios virtuales funcionan en un mundo en el cual las distinciones que eran claras en la era industrial se vuelven borrosas en esta era posmoderna. Por ejemplo:
• La distinción de autor y público: ya no está claro quién hace la historia.
• Se desvanece la distinción entre historia y juego.
• Cada vez más se fusiona el entretenimiento con la mercadotecnia.
• La confusión actual entre ficción y realidad: ¿dónde empieza una y comienza la otra?
Por esto, es interesante observar cómo se están dando los procesos de circulación de los discursos, las conversaciones, la enseñanza, en la sociedad contemporánea.
Como las especies biológicas o tecnológicas, las palabras nacen, crecen, se desarrollan y entran en un período de decadencia que, en muchos casos, acaban en su muerte y enterradas entre las páginas de un viejo diccionario que ya nadie usa. Antes los conceptos tenían un ciclo vital mayor. La aceleración a la que estamos sometidos en la sociedad actual hace que los discursos, las ¨conversaciones¨ o los cortísimos intercambios de mensajes de texto se multipliquen y su circulación alcance velocidades impensables hace algunas décadas.
Este llamado aceleracionismo, por el lado positivo promueve la idea de que acelerar el tecnocapitalismo o cibercapitalismo generará un cambio social radical benéfico a la larga para la humanidad. Por el lado negativo, hay quienes piensan que esto acelerará las tendencias autodestructivas del capitalismo. A estos les preocupaba más la Bomba Informática (libro de Paul Virilio, por ejemplo) que la Bomba Nuclear, aunque el reciente intercambio de insultos y amenazas entre Corea del Norte y Estados Unidos ha revivido el temor de que un ¨discurso acelerado¨ se convierta en un hecho fatal.
El cambio que produce el capitalismo en la mente humana y en la vida cotidiana es, ante todo, una transformación en la percepción del tiempo. Sin embargo, con la difusión de la tecnología digital, que hace posible una gran aceleración, el cibertiempo se ha convertido en el principal campo de batalla por la mente. Es lo que Virilio llama el Cibermundo, donde la Cibernética nos rige y que en su aspecto más notorio nos ha dado la Ciberpolítica o política de lo peor y en sus rasgos más notables permite la Ciberdemocracia, la democratización de los medios y de la vida cotidiana.
La aceleración de la sociedad posmoderna se expresa así en la velocidad de circulación de las conversaciones, debido a la acelerada aparición de nuevos dispositivos digitales, que incorporan nuestras conversaciones de forma cada vez más rápida (y más reducida). Por esto se abandonan conceptos de poco uso y se proponen nuevas palabras constantemente, que se reproducen aceleradamente, para bien y para mal. Por ejemplo, el año pasado el Diccionario Oxford entronizó un neologismo como palabra del año y como nueva incorporación enciclopédica. Se trata de la post-truth o de la posverdad, un híbrido bastante ambiguo cuyo significado “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
De esta manera los nuevos medios están transformando a la gente en un nuevo mundo que de nosotros depende que no termine en una distopía (utopía negativa) que combine en el futuro lo peor de lo que imaginaban el siglo pasado Aldous Huxley con su Mundo Feliz, lleno de drogas, o George Orwell con su terrorífico libro de ciencia ficción 1984, caracterizado por la supervigilancia y el totalitarismo como tan bien describió el ruso Yevgene Zamiátin, en Nosotros (1921), en la que se presenta una sociedad futura dominada por el cientifismo y completamente deshumanizada. Esta distopía se hizo realidad en su país hasta que la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) colapsó, un año después de que se publicara su libro en la URSS (el manuscrito salió clandestinamente de la URSS, fue publicado en el Reino Unido en 1924 y hasta 1988 no pudo ser leída por los soviéticos ). Pero hay algunas similitudes entre muchas de las situaciones y criterios distópicos presentados por la novela Nosotros y el mundo formalmente democrático en que vivimos en el siglo 21.
Ha quedado demostrado que no son realizables las utopías del Renacimiento como las del creador del término en 1516, la famosa Utopía de Tomás Moro, o La Ciudad del Sol de Tommaso Campanella de 1602 o la Nueva Atlántida de Francis Bacon publicada en 1626. De hecho, precisamente por querer hacer realidad el bien común o el egoísta ¨bien¨ individual del capitalismo salvaje se han convertido en catastróficas distopías para la mayoría de la población, incluyendo las híbridas fantasías chinas de reunir en un solo país dos sistemas: la utopía capitalista y el autoritarismo socialista.
En parte, y afortunadamente sólo en parte, ese mundo nos alcanzó. Todavía podemos rescatar en el futuro lo bueno de lo que salió mal en el pasado. De nosotros depende que el nuevo mundo digital que nos está cambiando deseche tanto las fantasiosas utopías como las tenebrosas distopías y se guíe más por una justa Ciber-ética que por la solamente útil y fría Cibernética.