Por allá, por encima de los cerros...

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Por allá, por encima de los cerros...

Viernes, 29 Mayo 2020 00:12 Escrito por 
Por allá, por encima de los cerros... Con singular alegría

Para Susana Pichardo de Márquez y sus veinte años de servicio continuo a las comunidades de indígenas de San Felipe del Progreso.

Me encontré esto que escribí apenas hace poco tiempo. Tengo un gran afecto y agradecimiento a las etnias indígenas del Estado de México, pero a quien las apoya y las reconoce más. Susana es de este tipo de personajes que no se conocen ni se autonombran nada. Lo hacen por amor. Y así las quisiera reconocer.

Así como algún día dediqué parte de mi tiempo a tratar de organizarles a todos –sí, todos – los indígenas de este lugar un programa de apoyo, a través de grandes de la Academia, así quisiera darles un abrazo fuerte y grande. A todos ellos que jamás se han quejado, y que siguen con la frente bien en alto, y la cara descubierta: a los indígenas de mi querido Estado de México.

Ayer fue un día interminable. La gente que quiero estuvo mas que cerca en mi ánimo y en mi espíritu. Largos caminos verdes recorrí, al ser invitada a una casa pequeñita que está enclavada a la orilla de un monte.

Si usted va por alguno de esos caminos, se llena de verdadera alegría. Los caminos no pueden ser más bellos ni más llenos de ese amor que nos ha dado Dios a quienes vivimos aquí.

No caminé más de media hora… El lugar está después de pasar la vía que lleva al Aeropuerto, que está verdaderamente bella. Era Toluca, luego un poquito de Lerma, y al final, Xonacatlán. Allá por encima de esos cerros que vemos que rodean a nuestra querida capital del Estado, estaba la casa que les platico.

¿Qué quienes viven allí? El apellido es lo de menos… Vive gente humilde y de origen indígena. Todos ellos, son de lo más guapos. Ellas con la dignidad con la que han pintado muchísimos acuarelistas a las mujeres de nuestro Estado. Yo las veía y las veía, y no tenía más remedio que remontarme a mi sala de estar, en donde la sobriedad, el señorío y la dignidad de estas mujeres, se muestran en cada poro de su cuerpo, con las pinturas de Benito Nogueira y Javier Gómez Soto.

Por supuesto que los hombres estaban también llenos de esa luz que casi nadie entiende. Esta familia tiene de todo: unidad, seguridad, trabajo en cada uno de sus hijos, y de los hijos de sus hijos. Humildad, y el pan diario que reparten con tanto y tanto amor, que las señoras fufurufas de las Lomas, deberían de tener como ejemplo.

¿Me da unas tortillas verdes? Le dije a la doña a la salida Y como estaba invitada, le pedí el riquísimo arroz, y los frijolitos que acompañaron con muchísimas carnitas, que yo devolví a la grande cazuela, junto con todos los que las dejaron. Nopales y más nopales.

Tres grandes ollas, y sólo una mayordoma, la más vieja de la casa, que era la encargada de servir los platos. Ella misma se había sentado a guisar todos nosotros.

¿Qué a usted no le gustaría estar a la orilla del grande cerro, o de la pequeña montaña que divide a nuestro Estado de la Ciudad de México, con un grande río, con cascada y todo, ver verde por todos lados, y aparte tener una genial comida que con ánimo de compartir el pan y la sal, le dan a uno, estos honorabilísimos indígenas?

Verdaderamente fue un gran día. Y por eso, quisiera recordar que tristemente no todo nuestro Estado es tan bello como este pedazo de tierra del que les platico. Existen lugares también como Los Reyes, La Paz.

Allí todo plano y con grandes inundaciones, desconciertan a cualquiera que asista. Allí la miseria humana es mortal. La gente se sale para ver qué encuentra para subsistir tan siquiera ese día, y se tiene que ir hasta la Ciudad de México, aunque sea para vender unos chicles que cuestan veinte.

Pero también allí existen seres maravillosos que tienen luz propia y que alumbran los caminos de las creaturas que tienen el privilegio de ser enseñadas por ellos. Estos seres, aún de ser inmensamente pobres, se dan a la tarea de educar, y créame, en este Estado y en este país, esto es un privilegio que se gana día con día, y que no cualquiera lo puede hacer.


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Gilda Montaño

Con singular alegría