Familias en transformación -Parte II-

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Familias en transformación -Parte II-

Viernes, 02 Noviembre 2018 00:08 Escrito por 
Familias en transformación -Parte II- Iliemilada

 

Otro de los factores que contribuyeron a la transformación familiar en México, así como en otras partes del mundo, tuvo que ver con la reducción sistemática de la mortalidad infantil. A la mitad del siglo XX, en un país mayoritariamente rural (57 % vs. 43 % urbano) por cada mil nacidos vivos, morían 98.

Las cinco principales causas de decesos en esa etapa del pasado siglo XX eran: gripe y neumonía, «ciertas enfermedades de la primera infancia», gastroenteritis, bronquitis y tosferina. La epidemia de la viruela –que había ingresado a Mesoamérica desde el siglo XVI- había venido a la baja tanto en el país como en otras latitudes, gracias a intensivos programas de vacunación que se habían puesto en marcha en gran parte del mundo desde la Organización Panamericana de la Salud (OPS). México era beneficiario de esa tendencia salubrista basada en la vacunación. El mayor descenso de la mortalidad infantil se logró en la década de los años 80, al reducirse a casi la mitad de las muertes, por cada mil nacidos vivos. Ver gráfico siguiente.

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Puede decirse que el significado que tuvo la maternidad y la conyugalidad fueron cualitativamente distintos entre las mujeres que parían a la mitad del siglo pasado, comparativamente con la construcción social que comenzó a significar ser madre y pareja a partir de la década de los 80 y en los subsecuentes lustros. Lo explico brevemente: Entre los años 50 y 70 en México, para lograr el nacimiento y sobrevivencia de seis o siete vástagos en promedio, la mayoría de las mujeres gestantes tenían que embarazarse nueve u once ocasiones durante toda su vida reproductiva. Desde luego, en los hogares rurales debió aumentar la cifra. Se puede tener un acercamiento al significado de una cruda maternidad, acompañada por la recurrente muerte de los hijos, si se lee la novela del autor irlandés Frank McCourt que lleva por título: Las cenizas de Ángela. Luego sería adaptada para el cine, con el mismo título, en 1999.

Enfrentar el deceso de uno o más hijos o hijas recién nacidos(as), como parte de su existencia, creó una forma claramente distinta de maternidad con respecto a aquellas mujeres que concibieron con menor frecuencia; entre otros factores, debido al sistema de planificación familiar y al gradual ascenso de la escolaridad femenina.

La muerte de un recién nacido comenzó a ser la excepción, sobre todo al amanecer del siglo XXI. El número de hijos no solamente se redujo a dos en 2015, sino que además se escalonaron con mayor frecuencia.

La esperanza de vida al nacer es otro componente central en la vida de las familias, así como en su tamaño y estructuras de parentesco. En el centro del siglo XX, México reportaba que las personas que habían nacido en esa década –si se mantenían las mismas condiciones sociales, de salud, de seguridad y estructurales-- podían llegar a vivir casi 50 años en promedio. Ver siguiente gráfico. Desde luego, regularmente es un indicador inestable o poco predictivo puesto que el entorno cambia constantemente; la mayoría de las ocasiones para bien.

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Varias décadas después hemos ganado casi 27 años más de esperanza de vida; aunque como se sabe, en el caso de las mujeres siempre ha sido mayor. En 2015, según reporte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en suelo azteca los varones tenían 72.6 años de esperanza de vida al nacer, en tanto que para las mujeres era de 77.8.

Si relacionamos algunas transformaciones sociales ocurridas durante este periodo que va de 1950 a 2015, y se asocian con los indicadores señalados tanto en la primera parte de esta colaboración como en la actual, se puede advertir que las familias se han reducido en su tamaño (número de descendientes por progenitora), menor número de embarazos, mayor sobrevivencia infantil, escalonamiento de hijos e hijas, achique del periodo de los progenitores destinado a la fecundación , así como a la crianza de sus vástagos, además del aumento de la esperanza de vida al nacer.

Dichos procesos han generado no solamente la transición de los sistemas familiares, sino que figuras como la del hermano o hermana, en algunos casos, ha entrado en fase menguante e incluso su desaparición gana terreno gradualmente. El denominado «instinto maternal», más como sentimiento que como inclinación biologicista, se ha cimbrado y continúa su mutación no solamente entre las mujeres que optan por tener descendencia, sino también en aquellos casos que conscientemente y en uso de su autonomía sobre sus mentes y cuerpos, han optado por declinar la maternidad, dejando plantado el hipotético «instinto materno». El papel de la abuela dedicada –a veces a regañadientes-- a la crianza parcial o casi total del nieto o de la nieta cobra fuerza, dejando una estela de jaloneos acerca de las formas de crianza de madres y veteranas ascendentes.

Los índices de divorcialidad en vigoroso aumento, junto con la incierta duración del matrimonio y las consecuentes nuevas nupcias, así como el creciente número de hogares monoparentales encabezadas por mujeres, han sido otros vectores que complementariamente explican la metamorfosis de las familias. Formas de vida en las que se incorpora la pareja a un hogar, en cuya descendencia preexistente no participó ni habrá tiempo para más; vínculos en los que cada cónyuge integra a su descendencia y, tal vez, procrearán juntos uno más, si las condiciones lo permiten. Parejas en las que, cada uno(a) por su lado, ha tenido descendientes pero la convivencia paterno-filial es a distancia o esporádica. Todo ello, a pesar de que grupos conservadores se empeñen en hablar de «La Familia»; expresión que, puesta en singular, queda encorsetada en el estereotipo de la estructura conyugal-nuclear, heterosexista, reproductiva, monogámica y, si se quiere la máxima nota social para tener el pasaporte de la inclusión, que profese creencia católica, apostólica y romana.

Afortunadamente y debido a no pocas luchas, consecuentes resistencias, avances jurídicos de óptica laica y eventuales retrocesos oscurantistas de distinto calado en el país, continúan ganando espacio, visibilidad y legitimidad muchas otras formas de vida en las viviendas. La siguiente semana me ocuparé de esos otros perfiles que hacen de lo familiar, un espléndido arcoíris.

 

Coordinador Red Internacional FAMECOM


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Luis Alfonso Guadarrama

Iliemilada

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