Sin Titubeos… Un Dèja Vu, 32 años después

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Sin Titubeos… Un Dèja Vu, 32 años después

Miércoles, 20 Septiembre 2017 12:57 Escrito por 
Sin Titubeos… Un Dèja Vu, 32 años después Foto: DigitalMex

Un Dèja Vu 32 años después. La tierra rugió a las 13:14 horas: el mismo día, la misma tragedia, todo se cimbró, se derrumbó. Pero México sigue adelante, solidario, con las manos extendidas, un pueblo unido.

La misma película también en un 19 de septiembre, pero de 1985. Hace tres décadas fue un terremoto de 8.1 grados en escala de Richter, ayer, de 7.1, pero más cercano. Sacudió no sólo a Ciudad de México, el alcance de la tragedia llegó a Morelos, Puebla y Estado de México. 226 fallecimientos, hasta la media noche de ayer; 12 de ellos en la entidad mexiquense. Un número indeterminado de desaparecidos y heridos. Inmuebles públicos y privados colapsados. Casas habitación destruidas y edificios a punto de caer.

Media Ciudad de México y Morelos en penumbras. Fugas de gas y explosiones. Asfalto en carreteras levantado y el tránsito en la zona de desastre prácticamente detenido. El sonido de la capital era espectral. El silencio lastimaba los oídos. El olor a gas y el polvo invadían los pulmones. Pero nada detuvo a todos aquellos que luchaban por sobrevivir, y a los que extendían la mano para sostenerlos.

El pánico recorrió las redes sociales, el ruido de la ciudad era un lamento. La información fue mucha, y quizás esto marca la diferencia entre los temblores que en los últimos años han abatido a México. Pero en medio de todo, muchos héroes anónimos.

Al recorrer las calles de la CdMx, se siente en el alma una profunda tristeza por lo ocurrido. Fue increíble e indescriptible ver una torre interminable de escombros, con personas esperando ser rescatadas. Niños, mujeres de la tercera edad, con un semblante de tristeza infinita y miedo por lo que había ocurrido. Por haber perdido su patrimonio, pero sobre todo, a familiares, amigos o conocidos.

Un profundo dolor por la furia de la naturaleza y el desdén del ser humano que sigue sin respetar su entorno, cuidarlo y amarlo. Una sensación de sentirse tan pequeño comparado con la magnitud de lo ocurrido y no tener el control de lo que pasa o el poder para ayudar, para sanar, para que nunca hubiera ocurrido.

Una tragedia que nos demuestra que no existen clases sociales. Pobres, ricos, comerciantes, profesionistas, estudiantes, todos unidos para tratar de contener el dolor ajeno, al quitar piedra por piedra, para rescatar a quienes están atrapados por toneladas de escombro. Porque el olor a esperanza los mueve y los mueve y los mueve.

Tener de frente la desesperación y la angustia del prójimo, esa sensación de cuando el corazón se hace pequeño de tanto dolor. Personas sentadas en las banquetas con sus familiares. Junto a ellas, maletas y cajas: su patrimonio se vio reducido a eso. Sentados trataban de recuperarse. Un horror indescriptible que hiere el alma por tal atrocidad natural.

Cadenas humanas, que con esfuerzo, sin descanso, lograron el rescate de muchas personas. Brazos que se convirtieron en picos y palas, que tratan de mover escombros porque debajo, hay la esperanza de un latido.

Médicos, rescatistas, marinos y militares. Población y autoridades, hombro con hombro, por un México que se derrumba pero que demuestra el coraje para permanecer de pie.

Hubo los desalmados, las aves de rapiña, los que ajenos al dolor infundían más temor. Pero esos, esos eran los menos.

México está de luto, pero fuerte. México sufre, pero vive.


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