Han transcurrido los primeros días, después de los tres fatídicos sismos de este septiembre que está por concluir. Es imposible detener nuestro pensamiento asociativo, acaso supersticioso; nuestro arcaico cerebro nos empuja a la creencia de que existen poderes míticos que nos castigan por… No sé qué.
Las solidarias respuestas que dichosamente salieron del tejido social, nos recuerdan que existen personas capaces de poner todo de sí para ayudar –literalmente—al prójimo. Pero durante los próximos días, semanas, meses y, sin exagerar, años, brotarán penurias de dimensiones mayúsculas. Cada casa, edificio, clínica, hospital, escuela, camino y zona afectada, clamará espinosas y no pocas oscuras decisiones. Hay gente que lo ha perdido todo.
Existen familias cuyo esfuerzo, inversión lentamente esperanzadora que logró una acariciada edificación histórico-biográfica e intergeneracional, vio cómo se derrumbaba --en menos de dos minutos—todo su capital cultural. Y esa casa o departamento se fue a la ruina para siempre. Punto. ¿Quién lo va a entender? Hay que estar en la desgracia (o en la felicidad) para comprenderlo.
Parece que requerimos estar ahí, en carne viva, para saber a cabalidad, más allá, mucho más allá, de lo que los telediarios vomitan. Frecuentemente, la obscena repetición de las pantallas, de los videos, de lo que transportan las redes sociales, nos van domando para aceptar la desgracia, el desgarro existencial, hasta que pasa enfrente sin que atinemos a reaccionar. A veces, “regresar a la normalidad” es acostumbrase a las ruinas que nadie cosecha.
Nos guste o no, muchas personas que no hayan padecido directamente la devastación, regresarán a su vida diaria. La subsistencia es así, con su fuerza. Relatarán cuánto dieron de sí; héroes y heroínas, acreditarán cómo respondieron a la tragedia y entre los escombros. Dejará una huella indeleble en cada uno(a). Mucho es cierto; propiciamente humano. Pero lo que sigue reclama de un sistema (repito) una respuesta sistémica que desborda las descoyuntadas respuestas de corte personalísimo, grupal o colectivo.
Si el gobierno mexicano no se acordona con la iniciativa privada, con la comunidad internacional, con las universidades y con la ineludible Sociedad Civil, entonces no será capaz de reconstruir este México arruinado. Desde luego, no habrá presupuesto que alcance.
Luis Alfonso Guadarrama Rico
Coordinador de la Red Internacional FAMECOM
