Serendipia

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Serendipia

Lunes, 20 Abril 2020 00:08 Escrito por 
Serendipia Con singular alegría

*Para su hijo Ignacio Pichardo Lechuga

“El código con el que me propongo gobernar es simple; se inspira en el espíritu republicano y austero de los liberales Juaristas”, dijo en su discurso de toma de posesión, el 11 de septiembre de 1989.

Y así lo hizo. Así fue siempre: un enorme ser humano. Ignacio Pichardo Pagaza, hombre excepcional y generoso, estadista y brillante político, quien, sobre todas las cosas, privilegió la amistad en el mejor sentido de la palabra: la comprensión y el respeto.

Fue a otro plano, a encontrarse con sus añejos amigos del alma: Pepe Merino y Jaime Almazán; Jorge López Ochoa y sus amados hermanos: Carlos y Felipe. Pero más que nada, se fue un hombre bueno y amable; educado y que vivió en esta vida, lleno de privilegios que gozó y que regaló. Tuvo una esposa de excepción, Doña Julieta, que lo cuidó hasta el último momento de su vida; y tres hijos de los que se sentía más que orgulloso: Ignacio, Julieta y Alfonso. Sus hermanas que aún viven, fueron su adoración: Carmelina y Susana. Era el más chico de toda una familia que formaron sus padres: La Oma, doña María del Carmen y don Carlos.

¿Anécdotas que tenemos quienes lo conocimos y estuvimos cerca de él?, millones. Yo quisiera mencionar que, en 40 años de conocerlo, siempre lo vi como un hombre entero, lleno de amor por su patria, y por su Estado; y sin ningún solo temor de gobernar con gran brío, fuerza y entereza. A Ignacio Pichardo Pagaza nunca le tembló la mano. Vivió sin ningún par que lo cuestionara, o que siquiera se atreviera a no hacer lo que él ordenaba. Porque lo hacía con prudencia, inteligencia y sensatez. Era un ser humano sensible y humilde. Amaba entrañablemente a su pueblo, y de éste, siempre apoyó al más desprotegido.

Agradezco al jefe y al compañero de batalla, que me encomendó servir al Estado de México cuando fue su gobernador. Distingo al ilustre maestro, al estadista que tuvo en sus manos distintos y muy altos cargos dentro de la administración pública, todos de gran relevancia y profunda dignidad, a favor de nuestro país. Pero, sobre todo, echaré de menos al enorme ser humano, quien siempre tuvo la deferencia de obsequiarme con su amistad y su respeto.

Solo lo vi quebrarse tres veces en su vida: cuando murió su cuñado Fernando Rosenzweig, cuando estábamos en la Contraloría de la Federación, esposo de su hermana mayor Carmelina; cuando en la toma de posesión como gobernador honró la memoria de su padre, y se le cortó la voz; y cuando le dijeron que su esposa estaba enferma, quien ahora está bien.

Sería reiterativo volver a escribir todo lo que sabemos que él fue en la vida de quien que está catalogado como uno de los más importantes administradores públicos de este mundo: Fue secretario de estado dos veces, subsecretario una; dos veces diputado federal; dos veces Embajador de México; una vez Presidente del Instituto Internacional de Ciencias Administrativas; Presidente del INAP; Presidente Nacional del CEN del PRI; Gobernador Constitucional de su Estado; secretario general de gobierno; maestro del Colegio de México y de la UNAM; Obtuvo la Beca Fullbright en Darmonth College y fue alumno distinguido de London School of Economics and Political Science. Fue alumno de la UNAM y de la Ibero Americana.

El más reciente de sus libros, cuenta la historia de su tío abuelo, el Obispo Pagaza, que fue un relato que algún día una de mis compañeras de El Colegio Mexiquense lo comparara con la espléndida obra de Marguerite Yourcenar: “Memorias de Adriano”.…

Como todo en la vida, me pasó por pura serendipia. Este es un relato que quiere contarles alguien que fue alguna vez su vocera. El día en que estaba ya en el hospital, a punto de ser intervenido, tuve el privilegio de escucharlo, gracias a su hijo Ignacio, al que yo busqué. Pude hablar con él. Lo último que me dijo, que me cuidara mucho y que cuidara también a mi mamá. Le pedí que cuando saliera, me siguiera enseñando con la luz de su experiencia.

Ignacio Pichardo nunca morirá para todos los que hemos estado cerca de él. Siempre honraremos su memoria. Y sí, debía de estar en la Rotonda de los hombres y mujeres ilustres. Lo tiene más que merecido. Pero estará en donde su familia le tenga destinado. Así sea.


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Gilda Montaño

Con singular alegría