Cambiar la operación de los sistemas de prevención, auxilio y recuperación ante emergencias y desastres es el reto más urgente de las entidades responsables de la protección civil; de no hacerlo, no se podrá aspirar a un futuro verdaderamente resiliente y sostenible. No prever ni prevenir los riesgos sistémicos que nos amenazan, ni mitigarlos oportuna y adecuadamente, hoy tiene efectos más contundentes y con mayor intensidad destructiva que en el pasado y, en algunos casos, con consecuencias irreversibles.
¿Cómo vamos a explicarle a nuestros hijos y nietos que, a pesar de los compromisos que año tras año firman los países más poderosos del mundo para reducir el cambio climático, elevar la resiliencia social, reducir riesgos de desastre y crear desarrollo sostenible, en los hechos, la verdad es que no hemos avanzado nada?
¿Qué les vamos a decir en los próximos 20 años? ¿Que fuimos engañados? ¿Y qué les vamos a decir de los 20 años que ya transcurrieron? Les diremos que, desde la firma del Protocolo de Kioto (1997) a los Acuerdos de París (2015); de la Estrategia de Yokohama para un Mundo más Seguro (1994) al Marco de Sendai (2015), las metas no se han logrado, que el mundo se está calentando más, es más riesgoso y menos sostenible. Entonces nos dirán: ¿De qué han servido tantos acuerdos, protocolos y marcos de acción mundiales?
Aunque se sigan firmando documentos de carácter internacional, multilateral y transversal, revestidos de pompa y narrativas incluyentes, si en el ámbito local se continúan tomando decisiones sociales, políticas y económicas contrarias a lo que establecen dichos acuerdos, seguiremos teniendo los mismos resultados que hace treinta años, pero con la diferencia de que los riesgos sí se irán acumulando, al igual que los efectos al medio ambiente.
Por lo tanto, todo esfuerzo que se haga para mejorar las condiciones de seguridad y protección a la vida de las mayorías, si no trae consigo cambios profundos y vinculantes en materia económica, política y social; si no se desmontan las condiciones subyacentes a los riesgos sistémicos –corrupción, clientelismo, abuso de poder, cohecho y fraudes–, siempre serán débiles, tardíos y absurdos.
Un desastre es una disrupción grave del funcionamiento de una comunidad, debido a fenómenos peligrosos que interactúan con las condiciones que propician dicho peligro. Los factores que impulsan los desastres son diversos; los más recurrentes son el acceso limitado que las poblaciones mayormente expuestas tienen a las estructuras de poder y a los recursos para influir en la toma de decisiones; la falta de infraestructura y condiciones materiales para prevenir y contrarrestar sus impactos; la ideología del desarrollo, rasgos idiosincráticos y hábitos enraizados que limitan la acción colectiva, la movilización y la exigencia del cumplimiento normativo y la aplicación del Estado de derecho. Asimismo, las desigualdades sociales y factores culturales detonan las emergencias y desastres de manera sistémica, convirtiéndose en un círculo vicioso imparable.
Estas condiciones, actitudes y comportamientos son componentes del riesgo sistémico, cuya comprensión y análisis deben anteceder a la acción gubernamental y de los sectores privado y social, ya que la no asimilación de este proceso de construcción social del riesgo, ni su consecuente desarticulación y combate, continuará reproduciendo malas prácticas, políticas públicas fallidas y un incremento de muertes, pérdidas materiales y daños ambientales que, más temprano que tarde, nos llevarán al colapso, si no es que ya.
¡Que su semana sea de éxito!
Hugo Antonio Espinosa
Funcionario, académico y asesor en gestión de riesgos de desastre
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