Joan Manuel Serrat no necesita guitarra para convocar multitudes. Bastó su presencia en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2025 para generar filas desbordadas, aplausos prolongados y una conversación que, pese a las interrupciones técnicas, terminó convertida en una de las más memorables de esta edición.
El cantautor catalán llegó para dialogar con “Mil Jóvenes”, charlar con la prensa y recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Guadalajara, pero, sobre todo, para poner sobre la mesa sus preocupaciones y certezas sobre el mundo actual.
El encuentro, celebrado en el Auditorio Juan Rulfo, comenzó con energía, pero pronto fue alcanzado por el ruido que se filtraba desde afuera: cientos de personas intentando entrar, un sonido saturado y la frustración colectiva por no poder oír. Serrat abandonó el escenario unos minutos. Cuando volvió, el ambiente se había relajado y el sonido mejorado. A partir de ahí, el diálogo fluyó con la serenidad que el público reconoce: directo, lúcido, sin complacencias. Habló de migración, de política, de poesía y de la fragilidad de un mundo que, a su juicio, transita entre dos eras sin haber resuelto las desigualdades de la anterior.
La poesía ocupó un lugar central en la charla, sobre todo cuando una joven le preguntó cómo llegó a ella. “Por amor”, respondió con una sonrisa. Recordó a Bécquer, a Machado, a Szymborska y aseguró que la poesía no siempre da dinero, pero sí da “placer y descubrimiento”. A quienes desean dedicarse a la creación, les dejó un consejo esencial: “No sé si creo en la vocación, pero sí en el entusiasmo… y en el trabajo”.
El público —mayoritariamente mayor de 40 años, pese al título del evento— intervino para agradecerle su música y su voz. Entre anécdotas, Serrat admitió que casi nunca escucha sus propias canciones: “Siempre les encuentro errores”. Risas y complicidad se mezclaron en el auditorio.
La ovación fue inmediata, larga, emocionada. Aquella frase encapsuló el espíritu de su visita: memoria, lucidez y esperanza terca, de esa que él sigue defendiendo incluso cuando el ruido amenaza con interrumpirlo.
Aquella distinción, que la comunidad tapatía celebró con justicia, me recordó también un momento imborrable para nuestra máxima casa de estudios. Porque Serrat ya había recibido un Doctorado Honoris Causa en territorio mexiquense.
Fue en septiembre de 2015, cuando, como rector, tuve el honor de imponérselo en el Aula Magna “Adolfo López Mateos”, epicentro de la cultura estatal, nacional e internacional; pasarela por la que han transitado las mentes más luminosas de nuestra historia: Ignacio Manuel Altamirano, El Nigromante, Andrés Molina Enríquez, Pablo González Casanova, José Saramago, José Agustín, Óscar Chávez, Baltasar Garzón, Leopoldo Flores, Fernando Cano, Antonio Gamoneda, entre muchos otros que, como Serrat, han contribuido a imaginar un mundo más digno.
Conocí a Joan Manuel Serrat cuando tenía apenas ocho años. En mi casa solo había un viejo radio que, de vez en cuando, dejaba escapar una voz joven venida de un lugar llamado Barcelona.
Esa voz musicalizaba los versos de Antonio Machado, integrante de aquella recia Generación del 98 española. Cantares se convirtió, sin yo saberlo entonces, en un himno del exilio, del amor y de la lucha de los pueblos. Ese joven de cabello largo, con un vinilo producido en 1971, dio también vida a Mediterráneo, quizá el poema-canción más resonado en la historia contemporánea de España.
Autoexiliado en México ese mismo año, Serrat recorrió nuestro país en una furgoneta bautizada como La Gorda, en honor a quien le dio posada en tierra mexicana.
Serrat fue —y es— un parteaguas de la canción social en Hispanoamérica. Defensor firme de su lengua natal, el catalán, al grado de negarse a representar a España en Eurovisión.
Dio a Massiel la oportunidad que la vida después premió con “Rosas en el mar”, de Luis Eduardo Aute, una pieza progresiva, social, entrañable. Ese temple lo define.
En 2015 tuve el honor de conocerle. Y la Casa Verde y Oro, de reconocerle. Me encontré a un hombre sencillo, afable, culto, congruente y elocuente. Eduardo Galeano lo había sintetizado con maestría: “Un gran catalán conquistará a nuestra América Latina”.
Serrat, en aquel 29 de septiembre, fue benévolo con la Casa de los Cien Arcos, ofreciendo un concierto, y la UAEMéx vivió una jornada irrepetible. Desde temprano, estudiantes y académicos se reunieron con una emoción que se podía respirar. Serrat llegó con la serenidad de quien no necesita presumir grandeza porque la grandeza le nace sola. Saludó con cercanía, con humanidad. Estaba en casa.
El auditorio se abarrotó. La ovación con que lo recibimos fue también un agradecimiento colectivo: su música había acompañado nuestras luchas, nuestros amores y nuestros silencios. Serrat, el poeta del Mediterráneo, el intérprete de Machado y de Hernández, el cantor que defendió la palabra en tiempos de censura, estaba ante nosotros como un viejo amigo que regresa para recordarnos quiénes somos.
Durante la ceremonia, evocamos la huella que ha dejado en la cultura iberoamericana: Serrat convirtió la poesía en conciencia social y la música en un derecho de todos. Y cuando coloqué sobre su cabeza el birrete doctoral y le entregué el pergamino, sentí que la UAEMéx no solo reconocía una trayectoria: le daba cobijo académico y afectivo a un defensor universal de la libertad y la dignidad humanas. Ese gesto solemne fue, en realidad, un abrazo.
Su discurso, en el histórico Paraninfo Enrique Díaz de León, al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Guadalajara, fue claro y luminoso. Habló de crear, de pensar, de cuestionar; del papel irrenunciable de la universidad pública como faro de pensamiento crítico y cultura. Y lo cerró con una frase que aún hoy resuena en mí:
“Quiero pensar, quiero estar cierto, de que llegará el día en que este México de los libros le gane al México de las armas”. Una sentencia que sigue siendo brújula en estos tiempos convulsos.
Hoy, cuando gran parte de la juventud consume música que olvida la palabra, Serrat permanece vigente, recordándonos que el arte también es inteligencia, rebeldía y ternura. Si más jóvenes lo escucharan, descubrirían en sus canciones una invitación a soñar más alto, a amar más profundo y a vivir con dignidad.
La ceremonia terminó con un aplauso interminable. Serrat salió de nuestro auditorio con un título honorífico. Nosotros nos quedamos con un legado: el humanismo hecho canción.
Porque en cada verso suyo hay universidad.
Y en cada estudiante de la UAEMéx hay futuro.

