Los Sonámbulos... Los “Paradise Papers” y el muro de la desigualdad

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Publicado en Opinión

Los Sonámbulos... Los “Paradise Papers” y el muro de la desigualdad

Domingo, 12 Noviembre 2017 08:55 Escrito por 

Desde David Ricardo (1772-1823), la defensa de los conservadores en favor de la desigualdad apenas ha ofrecido argumentos sólidos, aunque ha podido permanecer, con altibajos epocales, debido a esa milenaria telaraña tejida entre los representantes del poder público y los del económico.

Actualmente, los apologistas de la recompensa a la supuesta eficiencia y el correspondiente castigo a la incompetencia u holgazanería (la sociedad competitiva que planteó Ricardo) echan mano de su grotesco evangelio para defender lo indefendible: la evasión y/o elusión de impuestos, una de las causas fundamentales de la concentración de la riqueza en el “1 por ciento” y de la miseria del resto.

El affaire de los “Paradise Papers”, que involucró a los magnates Carlos Slim (América Móvil-Telmex-Telcel), Alberto Bailleres (Grupo Bal, Palacio de Hierro y Petrobal) y Ricardo Benjamín Salinas Pliego (Grupo Salinas, TV-Azteca), entre otros, apuró a los defensores-beneficiarios de la desigualdad a buscar una justificación: “tener dinero fuera no quiere decir que se cometa un ilícito, lo que sí es tenerlo fuera como una práctica de evasión fiscal; hay que averiguar”, dijo José Antonio Meade Kuribreña, secretario de Hacienda y (des) Crédito Privado (no Público).

Y antes de que se iniciara siquiera la pesquisa por parte de un SAT chato y simulador, como buen sabueso neoliberal Meade Kuribreña tenía ya el resultado: “lo hemos hecho en los otros casos y hemos encontrado, en la mayor parte de ellos, que eran recursos que se habían declarado y que habían pagado impuestos” (ajá).

Seguro el funcionario se refería al no tan lejano escándalo de los “Panamá Papers”, donde el hedor de impunidad no ha podido ser más pestilente.

En la teología neoliberal o, más bien, en términos del Ogro Salvaje, es sabido que el engaño constituye un acto sostenido por los cánones del cinismo: obtener más a cambio de menos (y no pagar impuestos es una de las vías, junto con los bonos de deuda pública y la especulación, de acumular riqueza sin freno).

Porque hasta donde se sabe, nadie va a refugiar su dinero a un paraíso fiscal después de haber pagado impuestos en su país de origen, ni se crean empresas offshore en islas financieras sólo para tener motivo de ir a tostarse la piel a las playas.

Se acude a esas islas justo para no contribuir como se debe a la hacienda pública, y las empresas offshore lo que hacen no es precisamente promover paquetes turísticos con visitas guiadas a paisajes tropicales, sino ocultar fortunas (entregadas a la práctica especulativa generalmente) y no pagar impuestos, mientras el resto, en calidad cautiva, es contribuyente de su propia miseria y hasta carga con fallidas apuestas y timos de la economía casinera (el Fobaproba, hoy IPAB, por ejemplo).

Por eso los partidarios de la desigualdad se acalambran apenas escuchan que lo que debe combatirse es ese fenómeno y no la pobreza, que es consecuencia de lo primero.

Y ¡ay de aquellos que lo hagan!, pues casi de inmediato son colocados al lado de las barbas del “Doctor Terror Rojo” (Karl Marx) quien, igual que muchos, no se tragó el cuento de Ricardo ni de otros que elogiaron -y elogian- supuestas habilidades y virtudes de pocos que, en realidad, son parte de esa economía sumergida que se ha confeccionado trajes a la medida para invocar “su estado de derecho” y ostentar su hipocresía mediante actos de filantropía (deducibles de impuestos, claro, y con propuestas iguales o peores que las del populismo que dicen despreciar para aparecer como “socialmente responsables”).

Eso es lo que representan José Antonio Meade, por un lado, y Slim, Bailleres, Salinas y los demás por el otro.

Uno, colocado como “posible” aspirante presidencial de un camaleónico partido -el de siempre- que lo mismo se disfraza de nacionalista e igual encubre depredaciones neoliberales a costa de la miseria social; los otros, fieles representantes de éstas y del engaño, estampa de las prácticas especulativas ventiladas por sus competidores, exhibida por el sometimiento del Poder Judicial al poder monopólico, vía “reguladores” inferiores.

En Alemania y buena parte del mundo se han celebrado los 25 años de la caída del Muro de Berlín, signo ominoso de una época salvaje, totalitaria, bajo la supuesta tutela del comunismo. Por supuesto que hay que festejar. Pero desde entonces un muro de los peores dogmas se ha levantado ante los ojos de todos y es de esperarse que tenga el mismo fin y los correspondientes festejos: el de la desigualdad.

UN CASINO GIGANTE, EL LEGADO DE CARSTENS

Agustín Carstens Carstens, buque insignia del monetarismo neoliberal, se va del Banco de México (Banxico) para encabezar la gerencia general del Banco de Pagos Internacionales a partir del 1 de diciembre próximo.

El célebre “Doctor Catarrito” (por aquella mala metáfora médica con la estafa de las hipotecas Subprime de Estados Unidos que, casi una década después, mantiene con oxígeno artificial al cadáver de la economía mundial), deja convertido al país en un enorme casino, paraíso fiscal para el rentismo especulador.

La defensa y alimentación a ultranza de ese rentismo irracional llevó a Carstens a subastar varios miles de millones de dólares durante su estancia al frente de Banxico, en pretendido cuan inútil blindaje de la paridad peso-dólar ante los embates de los “espíritus animales”.

También, deja la tasa de interés en 7 por ciento cuando la recibió en 3.91 por ciento (la duplicó y en ambos casos, para engordar más a los especuladores, tenedores de bonos, Cetes y otros, y en cambio, apuñalar a empresas y personas con créditos y tarjetas).

Además, hereda una inflación del 6.37 por ciento, más del doble de la meta oficial, estocada provocada en parte, según el incumplido Carstens, por verduras y vegetales en abierta conspiración contra la estabilidad y felicidad nacional, así como por otras ficciones del credo económico que profesa (el alza de combustibles y tarifas eléctricas tras las “reformas estructurales” ni siquiera existió).

Otro “trofeo” es que la economía de casino alentada por Carstens generó un aumento de 10 puntos porcentuales de la deuda en relación con el PIB, que pasó de 39 por ciento a 49 por ciento en lo que va del sexenio, así como la apertura de cientos de comedores populares en todo el país y nutridas filas de menesterosos, reforzamiento de programas de populismo clientelar (despensas, tarjetas para todo; salarios rosas, canastas alimentarias, etc.) y la hipoteca de varias generaciones enfrentando desde ahora ya graves problemas de oportunidades y desarrollo.
Una figura exitosa… para el neoliberalismo, pues.


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Jesús Delgado

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