El primero de mayo, narrativa de José Martí

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El primero de mayo, narrativa de José Martí

Martes, 14 Mayo 2024 01:59 Escrito por 
Jorge Díaz Galindo Jorge Díaz Galindo Articulista invitado

José Martí, hombre latino, hombre universal, al que Rubén Darío llamó: “Maestro” y Alfonso Reyes: “Supremo Varón Literario”, el mismo a quien Gabriela Mistral consideraba: “El hombre más puro de la Raza” y Ezequiel Martínez Estrada: no solo “un héroe” sino además “un santo, un sabio y un mártir”, y de cuya existencia tuve conocimiento por primera ocasión cursando la primaria, cuando en el libro de texto gratuito la profesora nos repasa un poema pequeño fácil de memorizar, pero que aún sin comprenderlo me llamó la atención:

“Cultivo una rosa blanca

En julio como en enero

Para el amigo sincero

Que me da su mano franca”

 

También me acerqué a Martí más adelante, como joven con “Guantanamera”, canción con ritmo penetrante y que al entonar su letra se va deslizando como el bello poema que es y que pertenece a una antología de “versos sencillos” de Martí: “Yo soy un hombre sencillo…”.

 

Oscar Chávez, musicalizo con su particular arte, el  poema de “La niña de Guatemala”,   pero no pretendo porque estoy lejos de ello, analizar en este espacio su vida, ni que esto sea una síntesis de la importante narrativa que José Martí utilizó para fustigar las injusticias del mundo laboral y del dominio  del “Poderoso Caballero Don Dinero” al momento de impartir la justicia, que, en ocasiones, desgraciadamente las más de las veces, baja sus ojos e inclina su balanza para favorecer al más poderoso y castigar la ignorancia y la pobreza.

INJUSTAMENTE FUERON CONDENADOS A MUERTE AUGUST SPIES, SAMUEL FIELDMEN, MICHAEL SCHWAB, ALBERT PARSONS, ADOLPF FISCHER, GEORGE ÁNGEL Y LOUIS LINGG Y A 15 AÑOS DE TRABAJOS FORZADOS, OSCAR NEEBE; SU DELITO: EXIGIR A TRAVÉS DEL MANIFIESTO DEL 1º DE MAYO DE 1886”, QUE A PARTIR DE HOY NINGÚN OBRERO DEBE TRABAJAR MÁS DE OCHO HORAS POR DÍA”, ¡OCHO HORAS DE TRABAJO! ¡OCHO HORAS DE REPOSO!, ¡OCHO HORAS DE EDUCACIÓN!

 

En la mayor parte del mundo, los trabajadores conmemoramos a “Los Mártires de Chicago”, recordándolos con profunda pena, al tiempo de nutrirnos de las palabras de Spies antes de morir: “¡SALUD! ¡TIEMPO EN QUE NUESTRO SILENCIO SERÁ MÁS PODEROSO QUE NUESTRAS VOCES, QUE ESTRANGULA LA MUERTE!.

Esos hombres pasaron a la historia como los “Mártires de Chicago” y su sangre irrigó el corazón de los trabajadores.

En contraste con el lirismo de sus poemas y canciones, al año siguiente de la tragedia del 1ºde Mayo de 1886, Martí escribe, una vez mas, desde Nueva York, un articulo lleno de dramatismo, que dirige al director del Diario “La Nación” de Buenos Aires, Argentina, donde plasma, a través de su prosa, “su propia aprehensión del problema social que enfrentaba en los Estados Unidos, en tránsito del capitalismo de libre concurrencia al imperialismo, a los trabajadores oprimidos y a los capitalistas opresores”:

“JOSE JULIÁN MARTÍ PÉREZ, FRAGMENTO DE UN DRAMA TERRIBLE”

NUEVA YORK, NOVIEMBRE 13 DE 1887

SEÑOR DIRECTOR DE LA NACIÓN:

Ni el miedo a las justicias sociales, ni la simpatía ciega por los que las intentan debe guiar a los pueblos en sus crisis ni al que las narra. Sólo sirve dignamente a la libertad el que a riesgo de ser tomado por su enemigo la preserva sin temblar de los que la comprometen con sus errores. No merece el dictado de defensor de la libertad quien excusa sus vicios y crímenes por el temor mujeril de parecer tibio en su defensa ni merecen perdón los que, incapaces de domar el odio y la antipatía que el crimen inspira, juzgan los delitos sociales sin conocer y pesar las causas históricas de que nacieron, ni los impulsos de generosidad que los producen.

En procesión solemne, cubiertos los féretros de flores y los rostros de sus sectarios de luto, acaban de ser llegados a la tumba los cuatro anarquistas que sentenció Chicago a la horca, y el que por no morir en ella hizo estallar en su propio cuerpo una bomba de dinamita que llevaba oculta en los rizos espesos de su cabello de joven, su selvoso cabello castaño.

Acusados de ser autores o cómplices de la muerte de unos policías que intimaron a dispersión del concurso reunido para protestar contra la muerte de seis obreros a manos de la policía en el ataque a la única fábrica que trabajaba a pesar de la huelga, y de haber compuesto y ayudado a lanzar, cuando no lanzado, la bomba del tamaño de una naranja que tendió por tierra las filas delanteras de los policías que dejo a uno muerto, causó después la muerte a seis más y abrió en otros cincuenta heridas graves, el juez, conforme al veredicto del jurado, condenó a uno de los reos a quince años de prisión penitenciaria y a pena de horca a siete.

Jamás, desde la guerra del sur, desde los días trágicos en que John Brown murió como criminal por intentar solo en Harper’s Ferry lo que como corona de gloria intentó luego la nación, precipitado por su bravura, hubo en los Estados Unidos tal clamor e interés alrededor de un cadalso.

La república entera ha peleado con rabia semejante a la del lobo, para que los esfuerzos de un abogado, benévolo, una niña enamorada de uno de los presos y una mestiza de india y español, mujer de otro, solas contra el país iracundo, no arrebatasen al cadalso los siete cuerpos humanos que creían esenciales a su mantenimiento.

Amedrentada la república por el poder creciente de la castellana, por el acuerdo súbito de las masas obreras, contenido solo ante las rivalidades de sus jefes por el deslinde próximo de la población nacional y las dos clases de privilegiados y descontentos que agitan las sociedades europeas, determinó valerse por convenio tácito semejante a la complicidad, de un crimen nacido de sus propios delitos tanto del fanatismo de los criminales para aterrar con el ejemplo de ellos, no a la chusma adolorida que jamás podrá triunfar en un país de razón, sino a las tremendas capas nacientes. El horror natural del hombre libre al crimen junto con el acerbo encono del irlandés despótico que mira a este país como suyo y al alemán y esclavo como su invasor, pusieron de parte de los privilegios, en este proceso que ha sido una batalla, una batalla mal ganada e hipócrita, las simpatías y casi inhumana ayuda de los que padecen de los mismos males, el mismo desamparo, el mismo bestial trabajo, la misma desgarradora miseria, cuyo espectáculo constante encendió en los anarquistas de Chicago tal ansia de remediar lo que les embotó el juicio.

Avergonzados los unos y temerosos de la venganza bárbara los otros, acudieron, ya cuando el carpintero ensamble las vigas del cadalso, a pedir merced al gobernador del Estado, anciano flojo rendido a la súplica y a la lisonja de la casta rica que le pedía que, aun a riesgo de su vida, salvara a la sociedad amenazada. Tres voces nada más habían osado hasta entonces interceder, fuera de sus defensores de oficio y sus amigos naturales, por los que, so pretexto de una acusación concreta que no llego a probarse, so pretexto de haber procurado establecer el reino del terror, morían víctimas del terror social: Howell, el novelista bostoniano que al mostrarse generoso sacrificó fama y amigos; Adler, el pensador cauto y robusto que vislumbra en la pena de nuestro siglo el mundo nuevo y Train, un monomaniaco que vive en la plaza pública dando pan a los pájaros y hablando con los niños.

Ya en danza horrible, murieron dando vueltas en el aire, embutidos en sayones blancos.

Ya, sin que haya más fuego en las estufas, ni más pan en las despensas, ni más justicia en el reparto social, ni más salvaguarda contra el hambre de los útiles, ni más luz y esperanza para los tugurios, ni más bálsamo para todo lo que hierve y padece, pusieron en un ataúd de nogal los pedazos junto del que, creyendo dar sublime ejemplo de amor a los hombres, aventó su vida con el arma que creyó revelada para redimirlos. Esta república, por el culto desmedido a la riqueza, ha caído, sin ninguna de las trabajas de la tradición, en la desigualdad y justicia y violencia de los países monárquicos.

Como gotas de sangre que lleva la mar, eran en los Estados Unidos las teorías revolucionarias del obrero europeo, mientras con ancha tierra y vida republicana, ganaba aquí el recién llegado el pan, y en su casa propia ponía del lago una parte para la vejez.

Pero vinieron luego la guerra corruptora, el hábito de autoridad y dominio que es su dejo Amargo, el crédito que estimuló la creación de fortunas colosales y la migración desordenada, y la hogaza de los desocupados de la guerra, dispuestos siempre, por sostener su bienestar y por la afición fatal del que ha olido sangre a servir los intereses impuros que nacen de ella.”

La importancia de conocer la historia radica en el hecho de evitar la repetición de eventos que truncan la estabilidad social de un pueblo.

 

*Presidente de la Asociación Nacional para la Promoción, Atención y Defensa de los Usuarios de la Seguridad Social, (ANPADEUSS)

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