El otro lado del progreso: la gentrificación en México
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Publicado en Opinión

El otro lado del progreso: la gentrificación en México

Miércoles, 09 Julio 2025 00:00 Escrito por 
Inventario Inventario Jorge Olvera García

La historia del hombre es, en buena medida, la historia de sus desplazamientos. Fuimos nómadas antes que sedentarios. Nos movimos por necesidad y por deseo. Por miedo y por esperanza. Y ese viejo instinto, que ayer nos salvó, hoy nos confronta.

La gentrificación no es un fenómeno nuevo. Cambian los nombres, los lugares, las banderas… pero la raíz es la misma: un grupo desplaza a otro. Unos llegan, otros se van. La tierra cambia de manos. La renta sube. Y el barrio, ese refugio de memorias, empieza a desaparecer.

México, país de recursos infinitos y contradicciones profundas, ha sido siempre tierra codiciada. Su belleza, su cultura, su alegría. Su caos amable. Su cocina y su geografía. Su gente. Lo tiene todo. Y en esa abundancia, también es víctima de su propio éxito.

Hoy, en pleno siglo XXI, nuestras ciudades más emblemáticas —Ciudad de México, Oaxaca, Tulum, Guadalajara— son testigos de un fenómeno que avanza sin pedir permiso. Colonias enteras, antes humildes, hoy se transforman en escaparates de cafeterías de diseño, hostales boutique y departamentos que parecen dirigidos a otro país, a otro tipo de habitantes. La modernidad seduce, pero también arrasa.

Hace apenas unos días, una protesta encendió las calles de la capital. Entre consignas legítimas y reclamos comprensibles, también se colaron expresiones que duelen. Discursos de odio. Llamados a rechazar al extranjero por el solo hecho de serlo. Y es ahí donde debemos detenernos.

México ha sido, históricamente, un país que abre sus puertas. Recibimos a los exiliados españoles que huían del franquismo. A los sudamericanos que escapaban de las dictaduras. A los migrantes centroamericanos que cruzan buscando una esperanza. Aquí nadie es forastero del todo. Nuestra identidad es mestiza, cruzada, generosa. Lo que nos distingue no es el rechazo, sino el abrazo.

Se entiende el fondo de la protesta: hay enojo, hay hartazgo. Hay miedo de perder lo propio. Pero no podemos caer en la trampa del odio. Porque quien alienta la discriminación hoy, será víctima mañana.

El debate sobre la gentrificación debe centrarse en las reglas, no en los rostros. No es un problema de pasaportes, sino de políticas públicas. De planeación urbana. De justicia social. De entender que el derecho a la ciudad debe ser de todos.

El verdadero reto no es expulsar al que llega, sino garantizar que nadie sea expulsado de su propio hogar.

La gentrificación, si no se regula, seguirá destruyendo barrios, oficios, formas de vida. Pero también debemos cuidar la otra herencia mexicana: la hospitalidad.

Porque al final, una ciudad sin su gente es un decorado vacío. Y un país que olvida su generosidad corre el riesgo de perder su alma. La gentrificación no puede seguir siendo un tema exclusivo de columnas urbanas o de conversaciones académicas. Debe estar en la agenda política, en la conciencia ciudadana y en los planes de desarrollo urbano. El derecho a la ciudad, como decía Henri Lefebvre, no es un lujo; es una necesidad colectiva.

México necesita crecer, sí. Pero también necesita cuidar lo que lo hace auténtico, diverso y humano. De lo contrario, el precio del “progreso” será la pérdida de la identidad.
El verdadero reto está ahí: construir ciudades que no expulsen, que integren. Que abracen la modernidad sin sacrificar la memoria.

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