Del aislamiento a la hegemonía: el rol de Estados Unidos en los conflictos del siglo XX y XXI
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Publicado en Opinión

Del aislamiento a la hegemonía: el rol de Estados Unidos en los conflictos del siglo XX y XXI

Miércoles, 25 Junio 2025 00:15 Escrito por 
Inventario Inventario Jorge Olvera García

Por décadas, Estados Unidos ha oscilado entre la tentación del aislamiento y la seducción del poder global. La historia del siglo XX no se puede comprender sin la figura omnipresente del país norteamericano, que pasó de ser un espectador reacio de los conflictos mundiales a convertirse en su director de orquesta. Hoy, en el siglo XXI, la pregunta ya no es si Estados Unidos intervendrá, sino cómo, cuándo y con qué narrativa. La hegemonía —ese poder no solo de imponer, sino de convencer— es ahora la marca de su política exterior.

A inicios del siglo XX, Estados Unidos aún conservaba un espíritu aislacionista heredado de la doctrina Monroe, que advertía contra las intervenciones europeas en América, pero también recomendaba prudencia estadounidense en los asuntos del Viejo Mundo. Fue necesaria la devastación de la Primera Guerra Mundial para que, casi a regañadientes, el país interviniera en Europa, no tanto por principios como por intereses: el equilibrio mundial pendía de un hilo, y los mercados aliados eran demasiado importantes para dejarlos caer.

Con la Segunda Guerra Mundial, la reticencia dio paso a la convicción. El ataque a Pearl Harbor no solo marcó la entrada definitiva de Estados Unidos en la contienda, sino también su transformación: de potencia regional a líder global. El Plan Marshall, la creación de la ONU y la OTAN, y la presencia militar en los cinco continentes no fueron solo gestos de reconstrucción, sino también de control. Estados Unidos descubrió que intervenir significaba también modelar el mundo.

Durante la Guerra Fría, ese intervencionismo adquirió tintes ideológicos. La lucha no era ya solo geopolítica, sino moral: el capitalismo contra el comunismo, la libertad contra la opresión. Corea, Vietnam, América Latina, Afganistán: nombres distintos para el mismo principio rector. La hegemonía estadounidense no fue solo militar o económica, sino también cultural, narrativa, simbólica.

El siglo XXI encontró a Estados Unidos aún liderando, pero con grietas en su discurso. Los atentados del 11 de septiembre fueron el pretexto para una nueva era de intervenciones, esta vez en nombre de la seguridad global y la lucha contra el terrorismo. Irak y Afganistán se convirtieron en laboratorios del fracaso: guerras sin final claro, reconstrucciones fallidas y una legitimidad internacional cada vez más cuestionada. La hegemonía comenzaba a pesarle al hegemón.

A este complejo panorama se suma ahora la creciente tensión entre Israel e Irán. El reciente cruce de ataques directos —un hecho inédito que rompe con décadas de guerra en la sombra— ha reconfigurado el ajedrez regional. Estados Unidos, tradicional aliado de Israel y actor clave en las negociaciones nucleares con Irán, se encuentra nuevamente en el centro del dilema. Su respaldo a Tel Aviv es indiscutible, pero también lo es su temor a una escalada regional que arrastre al Líbano, Siria, Arabia Saudita y, eventualmente, a las grandes potencias. En este nuevo episodio, Estados Unidos juega un papel doble: bombero y pirómano, mediador y parte.

Hoy, con la emergencia de potencias como China, el renacimiento geopolítico de Rusia y el ascenso de actores no estatales, Estados Unidos ya no es el único centro de gravedad. Y, sin embargo, sigue siendo el referente. En Ucrania, en Gaza, en el Indo-Pacífico, en las tensiones entre Teherán y Jerusalén, su silencio o su palabra siguen siendo determinantes. El dilema actual ya no es entre aislarse o intervenir, sino entre liderar o compartir el poder. Una transición incómoda para una nación que por un siglo dictó las reglas del juego.

De la isla al imperio, del espectador al director, Estados Unidos ha sido el protagonista central en el teatro de los conflictos modernos. Hoy, sin embargo, ese guion necesita ser reescrito. Quizá el reto más difícil para el hegemón no sea sostener su poder, sino aprender a compartirlo. Porque el mundo, cada vez más multipolar, ya no se deja narrar con una sola voz.

 

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