La izquierda mexicana y su espejo roto
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Publicado en Opinión

La izquierda mexicana y su espejo roto

Jueves, 26 Junio 2025 00:00 Escrito por 
Palabras al viento Palabras al viento Juan Carlos Núñez

La izquierda ha portado, durante décadas, la bandera de la igualdad, la justicia social y la transformación del orden establecido. Sin embargo, en México —como en buena parte del mundo— esa bandera se ha deshilachado. El gobierno surgido de Morena, que se asume como izquierda y que alguna vez prometió representar a los olvidados, ha devenido en una maquinaria autoritaria, clientelar y contradictoria. La pregunta ya no es si la izquierda auténtica ha muerto, sino si alguna vez estuvo viva en quienes hoy la invocan.

El gobierno actual, bajo el liderazgo populista y centralizador de Andrés Manuel López Obrador y su heredera Claudia Sheinbaum, ha vaciado de contenido los principios históricos de la izquierda. Lejos de promover la justicia social a través del fortalecimiento institucional y el acceso equitativo a oportunidades, ha construido un modelo asistencialista basado en la lealtad política absoluta y el desprecio por la crítica, la técnica y la ciencia. La "transformación" que tanto proclaman se ha limitado a concentrar el poder, erosionar contrapesos y construir una narrativa de polarización que divide a México entre “el pueblo bueno” y una malvada “élite conservadora”.

Este fenómeno no es nuevo ni exclusivo de México. En el mundo, los gobiernos de izquierda que han pretendido representar al “proletariado” o al “pueblo” han terminado, en su mayoría, reeditando los errores que decían combatir: centralismo, dogmatismo, represión de libertades individuales, destrucción de la economía de mercado y una vocación mesiánica que convierte a los líderes en figuras intocables. Ahí están los ejemplos patéticos de Cuba, Venezuela o Nicaragua, donde la supuesta lucha por la igualdad degeneró en dictaduras que empobrecen a sus poblaciones mientras perpetúan en el poder a élites revolucionarias.

La izquierda auténtica —si entendemos por ello la defensa de los más vulnerables, la promoción de la equidad y el combate a la injusticia estructural— parece hoy secuestrada por un grupo burocrático, populista y reaccionario. Un grupo que rechaza la pluralidad, que desconfía del ciudadano libre y empoderado, y que prefiere el clientelismo antes que el ejercicio democrático.

En el caso mexicano, esta mutación es evidente. Morena ha convertido el presupuesto público en un botín electoral. Las becas, los programas sociales y las transferencias no buscan empoderar al ciudadano, sino asegurar votos. La lucha contra la pobreza se ha vuelto una excusa para mantener a millones en la dependencia. Lejos de elevar el nivel educativo, profesional o productivo de la población, se fomenta la pasividad y se castiga la iniciativa individual. En lugar de promover libertades, se construye una estructura de control.

¿Dónde está entonces “la izquierda” que alguna vez defendió la libertad de pensamiento, la cultura crítica y la emancipación del individuo? ¿Dónde quedaron los ideales de una sociedad autogestionada y participativa? En México, la “cuarta transformación” se alejó de esos principios para abrazar un caudillismo disfrazado de justicia. La figura del presidente —antes López Obrador, hoy, bajo su sombra, Sheinbaum— se impone por encima de la institucionalidad. El Congreso se convierte en oficialía de partes, el Poder Judicial es presionado, el periodismo independiente es estigmatizado y los ciudadanos críticos son perseguidos.

La gran trampa de esta “izquierda de Estado” es vender igualdad sin libertad. La igualdad impuesta desde arriba, sin mecanismos de crítica, competencia y rendición de cuentas, siempre termina en mediocridad generalizada y en pérdida de derechos. Los regímenes que sacrifican la libertad en nombre de una justicia supuestamente mayor terminan por dejar a sus pueblos sin ambas.

Frente a este fracaso estructural del modelo de izquierda autoritaria, estatista y populista, urge recuperar una visión distinta de la sociedad. Una que no desprecie el papel del Estado, pero que entienda que el desarrollo genuino nace del ciudadano libre, del emprendedor, del creador, del estudiante crítico, del profesional independiente. La verdadera justicia no se alcanza negando la diversidad o estandarizando a las personas bajo un mismo molde ideológico, sino garantizando las condiciones para que cada quien pueda desarrollarse a su manera.

No es casual que los países con mayores índices de bienestar —como los nórdicos, Canadá o algunas economías liberales de Asia— combinen una fuerte protección social con instituciones democráticas sólidas y una economía de mercado libre, pero regulada. No se trata de elegir entre libertad o igualdad, sino de construir un equilibrio que respete la dignidad del individuo.

México no necesita más revoluciones discursivas ni más liderazgos redentores. Necesita ciudadanos críticos, instituciones fuertes y un modelo donde la justicia no sea una dádiva, sino un derecho; donde la libertad no sea un privilegio, sino el punto de partida. La izquierda ha fallado no por sus ideales, sino por su práctica autoritaria y su desprecio a la libertad. Si algún día ha de renacer, deberá hacerlo al reconocer que el futuro se construye desde abajo, desde la diversidad y no desde un púlpito ideológico que dicta cómo debe ser el pueblo.

La historia de la izquierda mexicana reciente no es la de la justicia conquistada, sino la del poder absolutista en nombre del pueblo. Esto es un fracaso. Frente a la utopía fallida, se impone una certeza: ningún sistema que niegue las libertades individuales puede ser justo. La libertad no es el lujo de unos cuantos, sino la condición indispensable para que todos podamos construir su destino. Y ese es, hoy más que nunca, el verdadero camino al progreso.

El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por el ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.

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Juan Carlos Núñez

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