La luna no es de queso

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La luna no es de queso

Miércoles, 17 Abril 2019 09:14 Escrito por 
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Detenerme en medio de una noche de luna llena para escuchar el sonido del silencio, es una de las cosas que más disfruto en la vida. Con frecuencia me pregunto por la magia que desprende por las noches ese gran círculo blanco en medio del cielo, desde las culturas prehispánicas hasta los científicos contemporáneos, el corazón de los poetas, la pasión de los pintores y, por supuesto, la inspiración de todo enamorado.

Galileo Galilei fue el primero en contemplar las formas y los colores de la Luna. ¿Cómo lo sabemos? Pues porque en sus dibujos dejó testimonio de sus observaciones selenitas: cráteres, montañas, llanuras; todo ello lo consiguió con unos catalejos que hoy consideraríamos rudimentarios pero que —en aquella época— eran sin duda los artefactos más sofisticados. Los que saben, dicen que así fue como Galileo dio pie a la era de la exploración lunar e, incluso, esbozó las primeras reflexiones sobre el lugar que le corresponde al ser humano en el Universo.

Sin embargo, todo sabemos que, si bien los astrónomos saben mucho de cuerpos celestes, los poetas siempre saben un poquito más. Es quizá por ello que Jaime Sabines nos recomienda tomar la Luna a cucharadas, o —como cápsula— cada dos horas; él mismo nos advierte que un pedazo de luna en el bolsillo es mejor amuleto que una pata de conejo.

Chava Flores —un poquito poeta y un poquito cantante— siempre ha afirmado que cuando la Luna se pone regrandota, como una pelotota y alumbra el callejón, se oye el maullido de un viejo gato viudo y su lomo peludo se eriza con horror. Y hay quien, incluso afirma, que hay un toro enamorado de la Luna. Aunque también hay hombres Lobo que sólo sucumben al deseo durante las albas noches de Luna llena.

Mi abuelo me enseñó a mirar el conejo en la Luna, me contó cómo el conejo burló al coyote y lograr escapar, y también me dijo que cuando el coyote se percató del engaño, corrió a buscar al conejo para vengarse. Sin embargo, como los conejos son muy veloces, nunca pudo alcanzarlo; y así, cada vez que el coyote ve al conejo en medio de la luna, se conforma con aullar para imponerle miedo y evitar que baje.

Hoy me sigo preguntando ¿cuándo llegó el conejo a luna?, ¿llegó en una nave espacial o impulsado por una resortera gigante?, ¿sobrevive comiendo pedacitos de queso del que esta hecha?, o ¿si está ahí porque nos observa o porque quiere que nosotros lo contemplemos?

Quizá fue eso lo que nos motivó a emprender un viaje increíble para llegar a la Luna y regresar a la tierra. A Neil Armstrong le correspondió ese primer paso hace 50 años. Llegar a la Luna fue un sueño hecho realidad, podría decirse que desde entonces ya no tendríamos que ir a la Luna para saber que ésta no es de queso.

Pero aquí seguimos, desde el ombligo de la luna, levantando la vista al cielo, para hablar con ella, y para soñar con ella mientras comemos pedacitos de queso.

 

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Ivett Tinoco García

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