Mi fuerte no es la venganza

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Publicado en Opinión

Mi fuerte no es la venganza

Miércoles, 25 Agosto 2021 05:51 Escrito por 
Alfredo Albiter González Alfredo Albiter González Lo bueno, lo malo y lo serio

La frase “mi fuerte no es la venganza” es una de las que más ha utilizado el presidente Andrés López Obrador desde hace mucho tiempo; ésta, como la de “no somos iguales”, o “la mafia del poder”, entre otras, forman parte de su repertorio y las utiliza constantemente.

El más reciente escándalo que mantiene a la clase política, a los medios de comunicación y a una buena parte de la sociedad atenta; porque la otra parte se encuentra más preocupada por la inseguridad, la pandemia, el trabajo, la carestía, la salud, problemas reales que pocas veces merecen la atención del gobierno en turno, es la de la persecución que ha denunciado ser objeto el ex candidato presidencial Ricardo Anaya.

En un video Anaya da cuenta de las acciones que presume van en su contra por el el gobierno de López Obrador. No es la primera ocasión en la que Ricardo es señalado como responsable de un delito. Cuando fue candidato a presidente también pasó por lo mismo por el gobierno del ex presidente Enrique Peña, aunque después salió bien librado.

Para muchos, la acusación que persiguió al otrora “joven maravilla” fue con la intención de hacerlo a un lado en sus aspiraciones y evitar que representara una real amenaza en contra del tabasqueño que para ese momento se había hecho de la simpatía de un gran número de mexicanos; los que al final le dijeron el anhelado triunfo.

Ahora, todo es distinto, porque López Obrador ya es presidente y parece que le tiene guardadas cuentas pendientes a Ricardo, y la razón no puede estar lejos de aquellos debates que se ofrecieron en razón de la contienda presidencial, los que se dieron para valorar a cada uno de los aspirantes por el cargo, al menos esa fue la intención.

Ricardo Anaya le dio con todo a López Obrador, independientemente de lo chistoso que a algunos les pareció lo que respondía a Anaya el tabasqueño, lo cierto es que éste hizo ver muy mal al hoy mandatario, lo exhibió en un espectáculo realmente bochornoso.

Ante los embates de Anaya, como respuesta López apenas balbuceaba algunas palabras,  para después envalentonado irse en contra de su persona, como lo hizo  con aquella famosa frase que de pronto se volvió viral en las redes sociales: “riqui, riquín, canallín”;  el oriundo de Macuspana hizo reír a muchos con su ocurrencia.

Para el colectivo, fue más importante ese chiste que el fondo de los temas que se analizaban y que le correspondió exponer a cada uno de los candidatos con sus propuestas, y dado el momento, con sus mejores argumentos para defender la forma en la que pensaban realizarlos. Es parte de los debates, ofrecer propuestas y explicar el plan para llevarlas a cabo.

Y es lo que debería haber sido lo más atractivo para, en su momento, valorar a cada actor político que en ese momento se disputaban el cargo más importante del país. Pero el pueblo ha demostrado que eso no es lo que le interesa, pues al parecer, se alimenta de cosas menos importantes, ya que se puede presumir que se deja llevar por la simpatía que siente por algún candidato, o porque considera que éste es objeto de señalamientos infundados o aparece como víctima.

Sin embargo, fueron esos encuentros que tendrían que haber dejado en claro quién era quién. Entre las propuestas de esos contendientes, dos de ellos, ofrecieron las que se apreciaban mejor estructuradas y con soluciones bien definidas, las de José Antonio Meade, y Ricardo Anaya, pero los ciudadanos para ese momento ya habían definido su voto.

La historia ha dado la razón en varias de las cosas que se tocaron en esos debates a Meade, a Anaya y hasta a Jaime Rodriguez “el bronco”, pero fueron muy pocos los que hicieron caso de esos avisos que alertaban del comportamiento del hoy mandatario.

Se hicieron oídos sordos y se creyó en un proyecto, el que menos se explicó, el que generaba más dudas que certeza. Todo tenía que estar basado en la fe, sin cuestionamientos para el privilegiado morenista. Acabar con la delincuencia al día siguiente de asumir el cargo, crecimiento económico del 6% anual, respetar a los demás poderes, entre muchas otras promesas que hasta la fecha no se han cumplido, pero a pesar de que la visión futurista de Anaya lo advertía, fue ignorado.

A tres años de gobierno la razón se le ha dado a los que fueron contendientes del entonces candidato morenista, pero a pesar de la aplastante realidad, aún no existe un impacto negativo en la aceptación que conserva por su actuar el presidente López, su popularidad aún es muy alta, no por sus logros, sino porque ha sabido desviar la atención de los problemas verdaderos que no puede resolver.

A la denuncia que hizo Anaya y el anuncio de que tendría que autoexiliarse del país, vino la respuesta de López Obrador: que no huya, dijo, que no se ampare, que enfrente la justicia, no tiene nada de malo ir a la cárcel, ahí se fortalecen los dirigentes, remató soberbio el presidente.

¿Tiene Anaya fundamento y razón para no presentarse ante la autoridad después de recibir un citatorio que para tal efecto se le hizo llegar? Él se dice inocente, y no tendría porqué temer, pero solo basta recordar el caso de Rosario Robles que valiente se presentó ante el juez y es la fecha que no ha visto la libertad, por aparentemente ofrecer un dato falso de una licencia que siempre ha alegado no presentó.

Dice el presidente que Anaya debe demostrar su inocencia, cuando supuestamente nadie en este país es culpable, sino hasta que se demuestra su responsabilidad en un hecho que la ley reconoce como delito.

¿Quién se presentaría ante la autoridad bajo esas condiciones, sobre todo, cuando López Obrador garantiza que su fuerte no es la venganza?, ¿quién de los que son vistos como adversarios hoy en día lo haría?


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Alfredo Albíter González

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