¡Huracán!

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Publicado en Opinión

¡Huracán!

Lunes, 16 Mayo 2022 01:25 Escrito por 
Hugo Antonio Espinosa Hugo Antonio Espinosa Sin riesgos

Huracán, no me detengas
Déjame salir
Quiero romper los prejuicios
Y alejarme de ti
Saúl Hernández

La temporada de huracanes inició el día de ayer en el Océano Pacífico y el próximo 1 de junio iniciará en el Atlántico, según los expertos en meteorología. Este año la temporada superará la media en cantidad de eventos. La Universidad Estatal de Colorado (CSU, por sus siglas en inglés), desde el 7 de abril del año en curso, pronosticó que en el Océano Atlántico se presentarán 19 tormentas, de las cuales 9 se convertirán en huracanes, y de éstos, 4 serán de Categoría 3 a 5. Para el Pacífico, la media de tormentas es de 15 eventos al año, y este 2022 se pronostican 17, de éstos, 9 evolucionarán en huracanes y 4 serán también de Categoría 3 a 5. Aunque en México el pronóstico oficial se estará dando a conocer esta misma semana, los datos no presentarán mayor variación con respecto al reporte de la CSU, cuyo pronóstico es de los más acreditados y certeros.

Lo más relevante para este año en materia de huracanes serán sus posibles efectos sobre los territorios vulnerables, identificados en los Atlas Municipales y Estatales de Riesgo. El país podrá ser impactado por 8 ciclones de gran magnitud –no todos de gravedad– y sus efectos serán variados, dependiendo de múltiples factores que intentaremos describir a continuación.

Los ciclones tropicales son un fenómeno natural, no desaparecerán –por lo menos no ahora– y tienen una función fundamental en la distribución de lluvia en nuestro país para beneficio de las zonas más áridas –entre otras imprescindibles funciones climáticas, por supuesto– y con las lluvias excedentes se rellenarán las presas y el escurrimiento fortalecerá los acuíferos. En tal sentido lo que tenemos que hacer como sociedad –urgente desde hace más de 200 años– es aprender a convivir con la naturaleza y respetarla en su esencia, ciclos y desmesuras, porque también la naturaleza es tremenda cuando se expresa.

Reconocer que los efectos catastróficos de los fenómenos naturales en los medios afectables (entiéndase las personas, sus bienes y el entorno) son consecuencia de la transgresión de las leyes naturales que el planeta impone y que el progreso humano se empeña en no respetar o en no adaptarse adecuadamente a ellas, creando condiciones de riesgo en donde no deberían existir si no fuera por esa obstinación de alterar los ecosistemas y querer que estos sean los que se adapten a las exigencias de la oferta y la demanda, creyendo que una mole de cemento construida ayer podrá detener el cauce milenario de un río, o que los movimientos naturales de las placas tectónicas adyacentes a la superficie terrestre distingan entre una zona VIP y el arrabal.

“Aquí nos tocó vivir”, versa el dicho popular. Y aunque parezca broma es el primer reconocimiento que se debe hacer a la hora de considerar la inminencia de un riesgo: Aceptarlo. Reconocer que no se puede cambiar una situación de vida, ni condiciones de riesgo socialmente construidas durante décadas –por lo menos no en el corto y mediano plazo– nos lleva a una segunda instancia de consciencia y responsabilidad en torno a la seguridad y bienestar de nosotros mismos y de quienes nos rodean, en los días que están por venir. Identificar nuestras vulnerabilidades y peligros ante la temporada de huracanes, permite saber dónde se vive, cómo se vive, con qué se convive, con qué frecuencia y con qué intensidad se expone una comunidad al riesgo de desastre.

Si no se puede desviar el cauce de un río; si no se puede modificar un reblandecimiento del suelo o fortalecer una ladera inestable; si se habita en una zona baja y ésta con frecuencia se inunda; si los materiales con los que están edificadas ciertas viviendas no son tan resistentes ante las fuertes rachas de viento o la fuerza con la que un río desbordado pueda arrastrar caminos, entre otras condiciones de riesgo, si no se pueden modificar de manera unilateral y con la simple voluntad y esfuerzo de una familia o pequeños núcleos sociales, corresponde entonces intervenir desde otro nivel de atención, desde el Estado y sus instituciones, para mitigar o aminorar los riesgos detectados para que la comunidad en cuestión no sucumba ante ellos, con la agravante de que el escenario ya pronosticado por los organismos expertos es inequívoco: este año lloverá más, habrá más agua, por ende mayores afectaciones.

Recordar, por ejemplo, lo sucedido el 16 de septiembre de 2013 –hace nueve años– en la comunidad de La Pintada, en el Municipio de Atoyac de Álvarez, en el estado de Guerrero, el desastre provocado por las intensas lluvias que trajo a dicho poblado el huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel, que se sucedieron una trás otra sobre este territorio habitado por más de 600 personas, dedicado a la siembra de café, cuyo efecto fue el reblandecimiento de una ladera del cerro, ubicado en la parte posterior del pueblo, y al colapsar, toneladas de piedra y lodo destruyeron y cubrieron más de 50 casas, incluso la iglesia local, provocando la muerte de 71 personas.

Experiencias como ésta se pretenden evitar, no obstante su gestión y seguimiento requiere definitivamente del involucramiento de múltiples actores y de una supervisión de carácter ciudadano e independiente, para que no se repitan estas trágicas historias que, como en el caso de La Pintada, antes, durante y después del desastre, su gestión estuvo plagada de fallos, desinterés e irregularidades, como se puede verificar en la investigación Otra respuesta frente a los desastres. Huracán Ingrid y tormenta tropical Manuel, Chilpancingo, Guerrero, México, publicada en la Revista Espacio y Desarrollo N° 32, 2018, pp. 29-54 (ISSN 1016-9148) https://doi.org/10.18800/espacioydesarrollo.201802.002 que documenta y analiza la gestión de la emergencia, principalmente en su etapa de reconstrucción.

Convivir con los riesgos no es nada sencillo y para reducirlos se requiere, además de conocimiento e identificación de los mismos, voluntad, organización, planeación, gestión y, lo más importante, recursos. Por tal razón, en múltiples casos no es suficiente el empeño y organización social para revertir condiciones de vulnerabilidad en una comunidad amenazada –la pobreza, la marginalidad y el atraso educativo son las principales vulnerabilidades sociales ante el riesgo de desastre–, en este caso por la amenaza de un huracán.

En consecuencia, ante estos próximos escenarios de vulnerabilidad que se harán visibles conforme se incremente la intensidad de las lluvias y los ciclones impacten –con mayor fuerza entre los meses de agosto y septiembre–, volverá a ser demasiado tarde una intervención gubernamental en algunas comunidades, cuyas condiciones de riesgo están ya determinadas, no hoy, sino desde hace décadas, y que nuevamente, de manera tardía, se estará reaccionando para rescatar, salvaguardar y proteger de los efectos destructivos de un fenómeno natural que no ve, ni discrimina, a las poblaciones más vulnerables, marginales y pobres de nuestro país.

Hugo Antonio Espinosa
Fue Director del Heroico Cuerpo de Bomberos de Toluca,
Subdirector de Protección Civil e Inspección en la SCT Federal.
Actualmente es Subdirector de Emergencias en el Valle de Toluca, en la Coordinación General de Protección Civil, EDOMEX


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