Hace unos días se tomó la determinación por parte del Estado de Nicaragua de privar de su nacionalidad y derechos políticos a más de noventa personas nicaragüenses, identificadas presuntamente como personas opositoras al régimen que actualmente existe en dicho país.
Ante esta situación hubo un cumulo de expresiones por gran parte de la comunidad internacional rechazando estas medidas que no son más que acciones intransigentes, antidemocráticas y fuera de toda razón, pues como expreso el gobierno chileno a través de un comunicado: “La historia nos ha enseñado que la defensa de la democracia y los derechos humanos, y la solidaridad internacional entre los pueblos, trascienden las coyunturas políticas y forman parte de estándares civilizatorios esenciales para la vida en sociedad”.
El reconocido escritor y periodista uruguayo, Eduardo Galeano en su célebre obra Las Venas Abiertas de América Latina manifestó lo siguiente: “Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres”.
Las dictaduras, antes que borrar las identidades las refuerzan, las revitalizan, las resignifican y de eso se está olvidando Daniel Ortega. Ser apátrida hoy, es un orgullo en un país como Nicaragua donde parece que levantar la voz es un delito, donde manifestarse con libertad te puede costar hasta la propia vida. Es aquí donde la memoria no debe ser concebida en pasado, es la vigencia de las luchas que históricamente se han padecido en Chile con Pinochet, en Argentina con Videla, en Venezuela con Maduro o en Nicaragua con Ortega.
La paz y el respeto a los Derechos Humanos deben ser prerrogativas indiscutibles, estos conceptos se basan en el respeto ineludible a la persona, a su identidad que viene aparejada con la nacionalidad: la patria se lleva en el corazón, en los actos, y no se priva ni restringe por decreto.
“Ningún hombre es, en sí, equiparable a una isla; todo hombre es, en sí, parte de un continente: es una porción de la tierra firme.
Cuando el mar se lleva un terrón, como cuando deshace un promontorio, el mundo se disminuye.
Lo mismo para cuando se llevan a uno de mis amigos. La muerte de todo hombre me disminuye, porque yo soy una parte de la humanidad. Por eso, no mandes nunca a preguntar por quién doblan las campanas: ¡están doblando por ti!”.
John Donne
