La presidente de México, Claudia Sheinbaum Pardo, presume un alto nivel de aprobación ciudadana; varias mediciones le dan por encima del 80 %; sin embargo, su imagen, su presencia, no provoca el respeto que debería, de acuerdo a ese apoyo ciudadano y al lugar que tiene nuestro país en el ámbito internacional.
Principalmente eso se puede observar ante la potencia que tenemos como vecina hacia el norte del Río Bravo, ya que es el propio presidente estadounidense Donald Trump quien un día le da una palmadita y al otro despotrica en su contra.
Lo anterior deja a la mandataria mexicana en una percepción muy por debajo del arropamiento que dice tener del pueblo; la hacen ver sumisa.
El problema empieza por esa exagerada dimensión de su aceptación que presume y la que en la realidad se le observa, ya que la una no corresponde a la otra, y que no es la que merecería por ser representante de un país que está catalogado entre las 15 economías del mundo. La importancia de la nación azteca es mucho mayor, aunque su discurso es muy pequeño, ya que se centra insistentemente en lo interno.
Si continúa por el rumbo trazado por el anterior presidente Andrés López Obrador, enalteciendo a economías pírricas y en un pozo de autoritarismo sin salida, no se permitirá avanzar frente a las grandes potencias, porque le hace falta ese requisito diplomático que se necesita para colocar a México a la altura anhelada.
El discurso de Sheinbaum, que se replica incansablemente a través de medios de comunicación y de políticos afines emanados de su movimiento, vanagloriando su imagen y una supuesta proyección de alcances históricos que únicamente ellos ven, en armonía con países afines a la visión que pretenden imponer, como Cuba, Venezuela o Nicaragua, por mencionar algunos, solo demuestra que no entienden el mecanismo que rige a la comunidad internacional.
El expresidente fue reacio a tener roce en el plano internacional; su limitada visión chocaba de frente con la modernidad de cambio que exige el concierto internacional; sin embargo, contradiciendo su discurso, defendió, como se sigue defendiendo hasta ahora, el Tratado de Libre Comercio que tenemos con nuestros socios del norte. Gran incongruencia: reprobar el libre mercado al tiempo de sostenerse con desesperación de esa relación trasnacional.
De la misma forma, descalificar a quien busca un mejor empleo para ofrecerle a su familia las oportunidades y comodidades que ellos no tuvieron, enfrenta un ridículo esquema inexplicable, porque es una aspiración natural que tendría que ser alentada por el propio Estado, no para ser señalados como aspiracionistas, porque con ello reflejan la hipocresía con la que manejan su doble discurso, pues su estilo de vida no concuerda con lo que pregonan.
Desdibujados y alejados de la realidad, como los acostumbró López Obrador en la 4T, no miden sus palabras. Entre declaraciones provocadoras y frases vacías mal acomodadas, dinamitan las relaciones diplomáticas que ponen a la presidente en medio del huracán, o tal vez sea porque así le parece correcto hacerlo.
Ejemplos sobran, pero su impericia ya rebasó por mucho lo racional, porque han provocado enfrentamientos innecesarios con importantes personajes del vecino del norte. Muy mala elección buscarse discusiones y enfrentamientos a través del internet, dejando de lado la diplomacia. La secretaria de Seguridad Interior de Estados Unidos, Kristi Noem, ha pasado parte de la factura.
Lo mismo sucede con las declaraciones de Gerardo Fernández Noroña que, para desgracia de México, no entiende que su cargo como presidente del Senado no es cosa menor; al bravucón alguien debería recordarle eso o retirarle sus cuentas del ciberespacio, porque lo único que ha logrado es dañar a los mexicanos.
Los desatinos de Noroña no concuerdan con la figura que debería representar, pero es obvio que no comprende, por más que se le quisiera explicar. Tomar la tribuna para humillar a un ciudadano, por ejemplo, muestra la vena autoritaria y la estatura política que lo identifican; a propósito, no se puede considerar como un acuerdo entre “las partes” cuando el poder de uno es abismalmente diferente al del otro. Alguien debería decírselo a la presidente.
Por otro lado, la mandataria, por cierto, tendría que defender con la fuerza de su posición las condiciones de los mexicanos que se encuentran en peligro por la política migratoria emprendida por Trump, no con declaraciones vertidas a través de las redes sociales, sino con hechos concretos.
No obstante, la representación que merece la silla presidencial palidece ante la obvia intervención del que no se ha ido todavía; la carga heredada condiciona su desenvolvimiento operativo. Peor aún, la debilita, empezando por la desobediencia y falta de respeto que le ofrecen sus correligionarios. La escena en la que le dan la espalda los incondicionales obradoristas en un acto público por tomarse fotos con el cachorro del expresidente es aplastante; deja ver tajante su indiferencia.
Además ¿por qué molestarse con la oposición, si a estos únicamente les queda criticar y señalar? Su presencia es ínfima, no pueden hacer mucho. Sheinbaum tiene el control, podría desarrollar, si se lo propusiera, el mejor gobierno posible, siempre y cuando determinara sacudirse la presión que ejerce López sobre ella.
Sostener a mano limpia el encargo sin legitimar su investidura condiciona la acción gubernamental, aunque aparentemente está llegando a un punto de inflexión en el que obligadamente se verá en la necesidad de decidir entre cumplirle a Trump con sus insaciables peticiones y, al mismo tiempo, hacer justicia para los mexicanos o continuar defendiendo “el proyecto”.