Cine, política y miedo. La cacería de brujas en Hollywood durante el macartismo
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Cine, política y miedo. La cacería de brujas en Hollywood durante el macartismo

Viernes, 01 Agosto 2025 00:20 Escrito por 
Ecos del pasado Ecos del pasado Juan Manuel Pedraza Velásquez

historia

En épocas recientes, el presidente norteamericano Donald Trump ha amenazado a diversas naciones del mundo entero con imponer una tarifa arancelaria en beneficio de la economía estadounidense y para fortalecer los mercados internos. La industria cinematográfica también fue presa de las amenazas de Trump —las cuales no se han cumplido—. El mandatario, en su momento, amenazó con un arancel del 100 % a las producciones extranjeras para “hacer a Hollywood grande de nuevo”. Lo anterior preocupó a productoras extranjeras que apenas se estaban recuperando de los estragos ocasionados por la pandemia del SARS-CoV-2 en el mundo entero.

Si bien es cierto que la postura de Hollywood es ambigua y, hasta el momento, no se ha pronunciado al respecto, existe el temor de que las políticas de Trump afecten no solo a la economía, sino también a las relaciones entre productoras de distintos países. Asimismo, a algunos autores les preocupan las ideas conservadoras de Trump respecto a la familia o el matrimonio, y temen que estas se vuelvan casi autoritarias dentro de la industria fílmica. No ha sido la única vez en que Hollywood se ha sometido a una presión política; en los albores de la Guerra Fría, el cine norteamericano se vio sacudido por una auténtica persecución. Para analizar esto, es necesario comprender someramente el contexto.

Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, dos naciones se vislumbraban como nuevas potencias hegemónicas y líderes de la geopolítica mundial: Estados Unidos y la Unión Soviética. Para 1945, el fascismo y el nazismo estaban prácticamente extintos; sin embargo, una nueva amenaza se cernía sobre los intereses norteamericanos: el comunismo soviético. Ante los ojos de empresarios, políticos y la clase media estadounidense, el comunismo era como un virus silencioso que actuaba en el momento más inesperado y suprimía todas las libertades. Ante este “enemigo en común”, el Congreso norteamericano aprobó las Leyes de Seguridad Interna (1950), que restringían actividades y la entrada de personas bajo sospecha de practicar o ejercer actividades consideradas comunistas.

De esta forma, Norteamérica inauguraba la época conocida como “macartismo”, debido a que fue ampliamente impulsada por el senador republicano Joseph McCarthy. Estados Unidos no solo haría uso de sus servicios de investigación e inteligencia para salvaguardar sus intereses; considerando que el enemigo podía hallarse dentro del rebaño, el gobierno estadounidense hizo una rigurosa investigación interna y externa para evitar todo tipo de “influencia soviética maligna”. La industria cinematográfica no sería la excepción, y en las décadas de 1940 y 1950, Hollywood se transformó en una auténtica cacería de brujas: actores denunciando actividades ilícitas, productores encubiertos por el gobierno, el Estado actuando como censor en diversas producciones, actores y directores convertidos en soplones del gobierno y muchas otras anécdotas dignas de una comunidad medieval retrógrada.

Cabe señalar que, previo a la Segunda Guerra Mundial, el cine se había convertido en un difusor de las injusticias sociales. A raíz de la crisis de 1929, Estados Unidos experimentó una recesión nunca antes vista, lo que provocó un aumento del desempleo, la pobreza y la mendicidad. Evidentemente, esta situación no pasaría desapercibida para muchos cineastas que denunciaron esta crisis social a través de sus películas. Un ejemplo de esto son los filmes Tiempos modernos de Charles Chaplin y ¡Qué bello es vivir! de Frank Capra, los cuales evocan un mensaje esperanzador en épocas de crisis. Muchos productores, actores y trabajadores mostraron cierta empatía por las causas sociales, aunque también esto les trajo las miradas inquisitivas del gobierno norteamericano.

Realmente, en el sentido estricto de la palabra, muy pocos cineastas sentían afinidad por el comunismo o la ideología soviética; sin embargo, en una época donde las causas sociales eran sinónimo de ser agente soviético, varios de estos promotores muy pronto estarían en la mira de las autoridades norteamericanas. Finalmente, en 1947 se anunció una investigación secreta (solo de nombre, ya que muy pronto fue difundida en la prensa) sobre las actividades ilícitas en el cine, impulsada por el congresista J. Parnell Thomas, bajo el argumento de que “el cine es un arte que seduce a muchos y que tiene capacidad de influir en el público”. Muy pronto, empresarios, productores, actores, trabajadores y directores fueron citados a declarar en mayo de 1947 y en años posteriores.

Uno de los primeros en declarar fue el poderoso Jack L. Warner, presidente de los estudios Warner Bros., quien negó influencia comunista en su empresa. Otro de los actores que muy pronto llamó la atención por su testimonio fue Gary Cooper, quien afirmó que sería una “buena idea que el Congreso hiciera una investigación anticomunista, aunque no conocía las bases del comunismo ni había leído nunca a Karl Marx”. Otras declaraciones rayaban en la xenofobia, como la del popular actor Robert Taylor, quien dijo: “Si por mí fuera, los mandaría a todos a Rusia o a otra porquería de sitio”. Incluso otros disfrazaron esta violencia con ironía y sarcasmo, como el actor Robert Menjou, quien declaró que mandaría a los socialistas a Texas ya que “allí los matarían nada más con verlos”.

La lista de actores que declararon contra las “actividades ilícitas” no acaba allí. Algunas personalidades que fueron llamadas a declarar fueron Ronald Reagan, quien después sería presidente de Estados Unidos; Lee J. Cobb, quien testificó para salvar su carrera y delató a algunos compañeros; Walt Disney, quien se declaró un ferviente anticomunista, aunque también era sabido su notorio antisemitismo y racismo. Pero, sin duda, el caso más controvertido es el del director Elia Kazan, quien entregó los nombres de varios colegas; incluso hay sospecha de que actuó como espía del gobierno dentro de la industria fílmica.

También hubo actores que se negaron a colaborar, y, obvio, el gobierno norteamericano tomó severas represalias. Algunos de estos nombres que fueron marginados dentro de la industria fílmica fueron Dalton Trumbo, Ring Lardner Jr., Charles Chaplin, Orson Welles, Lester Cole, entre otros. Las heridas de esa página oscura de espías, delatores, intrigas y rencores aún se resienten hoy en día. Incluso, cuando Elia Kazan recibió su Oscar honorífico en 1999, varios asistentes se negaron a aplaudir o ponerse de pie en señal de respeto, debido a que delató a varios compañeros, arruinando sus carreras.

El presente artículo no pretende ser una propaganda soviética o de la ideología socialista. Considerando que el cine es una representación artística que ofrece una crítica de la realidad, una condición fundamental para que esto se logre es la libertad de expresión. Indudablemente, en los años 50, Estados Unidos violó este derecho humano con tal de mantener el orden y evitar cualquier influencia externa. Hasta el día de hoy, Hollywood recuerda con amargura esas épocas oscuras, esperando que jamás se repitan.

El llamado séptimo arte, además de ser una forma de entretenimiento, ha sido un vehículo artístico para denunciar las injusticias sociales y, de esta forma, promover una sociedad más justa, libre de prejuicios y odios. La industria hollywoodense, criticada por muchos, ha tenido grandes aciertos al denunciar hechos atroces y situaciones indebidas, en aras de erradicar estereotipos y prejuicios nocivos. A más de 70 años de ese terrible y oscuro suceso, actualmente una amenaza se cierne sobre Hollywood. En definitiva, el gremio fílmico debe recurrir a la historia para erradicar otra posible cacería de brujas, esta vez en el siglo XXI.

Por Juan Manuel Pedraza, historiador por la UNAM
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