Todavía no llegamos a la primera quincena de agosto y en el hogar de Francisca ya no hay tranquilidad. Vive en Otzolotepec con dos hijas, un hijo y su esposo, quien maneja un taxi que no es de él. Aunque ambos tienen empleo —ella trabaja unas horas en una de las fábricas del parque industrial—, el próximo regreso a clases los tiene con gran estrés. “No tenemos forma de comprar todo lo que necesitan, quizá debamos pedir un crédito”, comenta.
Enseña una lista de útiles para su hija que pasa a sexto de primaria. Por lo menos son 15 cosas. Claro, ahí no se incluyen ni mochilas ni uniforme. Ahí se van por lo menos mil pesos por cada uno. Considera que por lo menos a dos ya se les debe comprar todo nuevo. Lo otro se recicla, si es posible, “aunque a los más pequeños no les parece”.
El lunes primero de septiembre regresarán a clases más de 4 millones de estudiantes. Regularmente, cuando estamos en la infancia, el regreso a clases es fiesta para nosotros porque, es verdad, nos hace ilusión estrenar. Pero para miles de familias eso no existe. Sólo es preocupante porque no tienen los recursos para comprar lo indispensable para niñas, niños y jóvenes universitarios, si es que llegaron hasta ese nivel.
Desde una goma, lápices, cuadernos, colores, sacapuntas, regla, compás, hasta uniformes, zapatos y mochilas. Todo, con precios altísimos y fuera del alcance de los bolsillos de muchos padres y madres.
Francisca hace cálculos y requiere al menos 5 mil pesos para comprar todo lo que necesita para sus hijas y su hijo, eso sin considerar todavía lo que pedirán de cuotas escolares o “apoyo” a la escuela. “Lo que te digo es sólo si compro de lo más barato, no marcas reconocidas”. Dice que viene además la forrada y comprar papel, hule, diurex, algunas calcomanías o pegotes.
De computadoras ni hablar, comenta. “Hace dos años compramos una para toda la familia, para sus trabajos básicos y que no se queden sin aprender”. Su esposo maneja el taxi durante 12 horas. El tiempo que le dan son 8 y por eso le pagan sueldo fijo. Pero pide unas horas extras para ganar más, pero poco queda entre la gasolina, los gastos diarios y las deudas. Dice que tratan de que las niñas y el niño lleven todo lo necesario y no haya pretextos para dejar de estudiar.
Por otro lado, si vemos los costos de los útiles, el aumento ha sido exagerado. Una libreta profesional que el año pasado costaba 35 pesos ahora ronda entre 45 y 55 pesos. Una mochila muy sencilla, 400 pesos. Los uniformes, si se compran en tienda oficial, cuestan hasta mil pesos. Ni qué decir los zapatos, van de 250 hasta mil pesos. Depende de dónde se compren, eso sí. Desde los productores de San Mateo Atenco hasta las tiendas establecidas en los centros de los municipios. Y aunque las autoridades municipales y estatales prometen apoyo y ferias de útiles escolares “con grandes descuentos”, no es suficiente; esto no llega a la gran mayoría.
La situación de Francisca es igual a la que viven miles de familias mexiquenses. Padres de familia sufren esta época, la padecen, ven de dónde sacan dinero para poder hacer que sus hijas e hijos vayan contentos a la escuela. Tratan de darles dignidad en esa asistencia a clases, darles seguridad y que no sean objeto de agresiones.
En el gobierno federal se habla una y otra vez de que hay estabilidad económica, se presume el aumento al salario mínimo, pero en zonas populares y en regiones rurales las cosas no son como las pintan. No se sabe de números macroeconómicos. Solo buscan resistir los embates del aumento de los precios en todo. Porque si bien se aumenta el salario mínimo, la carrera la gana el aumento de los precios. No hay forma de contradecir a los padres de familia, que son los que día a día viven las preocupaciones de la vida cotidiana.
Estudiar siempre será una inversión en las familias y las madres y los padres lo saben. Pero en México eso de que es gratuita deberían decírselo al bolsillo, porque aquí no acaba, vienen libros extra, festivales, cuotas, etc.
Este se ve apretado como quizá los zapatos de muchas y muchos menores que no tuvieron la oportunidad de contar con un par de nuevos. Yo sí recuerdo mi sonrisa cuando estrenaba algo en un regreso a clases (pocas veces), pero contrastaba siempre con la angustia de mi madre. Somos ocho hermanas y hermanos.