Hace unos días escuché en la radio a alguien decir que admiraba la autoestima de los toluqueños para llamarle “Toluca la Bella”, porque —según esa persona— de bella no tiene nada. En redes, alguna vez preguntaron cuál era la ciudad más fea y muchos respondieron: Toluca. Incluso entre sus propios habitantes he escuchado frases como: “aquí no pasa nada” o “quisiera que fuera como otra ciudad”.
Pero esa mirada suele olvidar que no se puede querer lo que no se conoce. Toluca no se parece a ninguna otra, porque no responde a los cánones coloniales que definen la belleza de muchas ciudades mexicanas, aunque conserva joyas de ese pasado como el Museo de Bellas Artes o la Iglesia de la Santa Veracruz. Su identidad está hecha de contrastes: es historia, arte, volcán, memoria y resistencia.
En su plaza central se honra a los Mártires de Toluca: cerca de cien indígenas que ofrendaron su vida por la libertad en tiempos de la Independencia. Su nombre viene del náhuatl Tollocan, “lugar del dios Tolo”, y su herencia prehispánica late en sitios como Calixtlahuaca, con uno de los monolitos más importantes de México.
Al sur, el Xinantécatl —el Hombre Desnudo— se alza majestuoso, uno de los pocos volcanes del mundo al que se puede llegar en automóvil hasta su cima. Al poniente, Leopoldo Flores pintó el cerro de Coatepec y lo atravesó con un estadio para convertirlo en arte vivo: Aratmósfera. Y en el corazón de la ciudad, el Cosmovitral despliega 3,500 metros cuadrados de vidrieras que narran la dualidad humana a través de constelaciones y símbolos cósmicos.
Toluca también se saborea. A chorizo verde, a licor de mosquito, a dulce de alfeñique. Se camina en sus calles, se toca en sus plazas, se contempla en sus museos, pero sobre todo se siente en su gente. Es la segunda ciudad de México con más museos —28 en total—, y al mismo tiempo un taller abierto donde el arte y la vida se confunden.
Y si de quejas hablamos, muchos mencionan su clima. Pero pocos reconocen que es uno de los más estables: aquí no padecemos calores extremos ni fríos insoportables, ni tornados, sequías o inundaciones severas. Aquí parece que el aire acondicionado está encendido los 365 días del año.
Toluca no será nunca la ciudad más bella en los estereotipos convencionales. Su belleza no complace: reta, contradice, interpela. No es postal; es palimpsesto. Cada capa cubre y revela a la vez: memoria indígena, luchas de independencia, arte contemporáneo, gastronomía viva. Toluca no se presenta, se atraviesa. No se mira, se vive.
Y aunque muchos la nieguen, hay algo que la vuelve única en estos tiempos: Toluca respira por dentro. Y eso hace que la quiera tanto… ¿Y tú?
P.D. Toluca es mucho más que sus problemas sociales, sus baches o la inseguridad que comparte con el resto del país y con tantas regiones de América Latina. Su identidad, su historia y su gente la hacen única: una ciudad que, a pesar de todo, sigue respirando por dentro.