Una tragedia más
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Publicado en Opinión

Una tragedia más

Lunes, 22 Septiembre 2025 00:10 Escrito por 
Con Singular Alegría Con Singular Alegría Gilda Montaño

Nada que celebrar en estas fechas. Se está cayendo mi país a cachitos. Qué graves cosas suceden en mi adorado México. Desde San Juanico, no había visto algo así.
Estallido descomunal. Por supuesto que siempre, el 19 de septiembre ocurre algo nefasto. Se cae buena parte de la Ciudad de México. ¿Qué qué pasa? Ni idea. La verdad, le podemos echar la culpa a medio mundo: a las tuercas mal puestas; a los baches; a la velocidad; al destino… A circular por donde se nos pegue la gana, a la hora que se nos pegue la gana. ¿Y?
A que no existan seguros en las gaseras; ni en el Seguro Social; y que no exista ya el Seguro Popular ni ninguna medicina, aunque les hayamos dicho a todos—toditititos los mexicanos—que en los centros de salud: IMSS, ISSSTE, DIF y Sector Salud en su conjunto, sí las hay. Mentira pura.

Qué tristeza me dio ver de nuevo: primero el humo que rodeó, de sopetón y sin previo aviso, toda la inmensidad de ese enorme puente de La Concordia; luego el estallido; luego el fuego a todo lo que daba; luego a todos en la redonda, siendo quemados de cabo a rabo, con todas las consecuencias del caso; en ese instante, el conductor alertando con un grito que perpetuó su alma, que corrieran y que se salvaran. A ese pobre hombre que, según dicen, ya había alertado a la empresa que el camión estaba mal. A ese que ya murió. Y, de plano, no creo que se haya levantado esa mañana y pensado: ¿a quién mataré antes de morirme este día?

Y en ese momento, toda la gente, todos los mexicanos, empezaron a apoyar a los que iban por la calle desnudos y quemados. Con cubetas llenas de agua, muchísimos hombres y mujeres se reunieron. Se llama puente de la Concordia en Iztapalapa y, de ahora en adelante, se puede llamar de la Desgracia. Dejó 94 personas afectadas, y trece muertas. Veintidós en estado crítico, seis graves, 39 delicados y 19, por fin, pudieron irse a su casa. Al día siguiente, todos donando sangre y todo lo que pudieran acercar a la gente que buscaba desesperadamente a sus familiares: agua, tortas, café, abrazos, tanatólogas… hermanos, todos al fin, mexicanos.

Qué extraño me pareció ver la cara de Clara Brugada, de extraño apellido y no tan clara, que, con una extraña sonrisita—su comunicador le debía decir que eso era una mega magna tragedia y que debía permanecer lo más seria que pudiera—decía qué era lo que había pasado pocas horas antes.

Recuerdo hace muchos años a San Juanico, ese lunes 19 de noviembre de 1984, que fue uno de los desastres más grandes en la historia industrial que pasó en San Juan Ixhuatepec, lo que provocó el mayor esfuerzo de rescate para ayudar a la población en una emergencia jamás realizado, a 20 kilómetros al norte de la Ciudad de México. Trabajaba en el CREA (Consejo Nacional de Recursos para la Atención de la Juventud), como directora de la delegación Xochimilco. Y en ese momento se nos convocó a todos los directores y personal entero de la institución, a que apoyáramos. Y lo hicimos cabalmente.

De verdad, que Dios nos libre de otra tragedia como esta. Vivimos a mil revoluciones por minuto y no nos enteramos de que de verdad existe un segundo para poder desaparecer de este plano. Los que se levantaron ese día nunca supieron que esa sería su última vez de ver el sol, ni de sufrir tanto. Como esa abuela que abrazó a su nietita y acaba de morir. Para ella y para todos, mi respeto absoluto.

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Gilda Montaño

Con singular alegría