Matices… Toca despertarse más días con buenas noticias

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Matices… Toca despertarse más días con buenas noticias

Miércoles, 04 Octubre 2017 04:32 Escrito por 

Cuando la vida me permitió reiniciar mi espíritu trotamundos, opté por la capital del mundo. Fue el viaje más sui géneris que he tenido, el miedo y la incertidumbre contrastaban con mis ganas por descubrir y retomar la normalidad de la vida.

Encontrarme en cierta zona de confort me hizo perder el vuelo (textualmente), debía abordar a la una de la mañana y no de la tarde, quizá en otra circunstancia me habría vuelto a casa, pero no ese día, no podía hacerlo cuando estaba en juego la esperanza en lo posible. La opción que me daban en el aeropuerto era salir al día siguiente; no obstante, la argumentación de mi respuesta permitió que me pusieran en lista de espera.

Abordé en medio de la tensión y, por momentos, de desesperación. Sentí por primera vez lo que era el estigma, pero también la solidaridad espontánea ante la identidad deteriorada de una persona. No recuerdo haber llorado de manera continua tanto tiempo, apenas si me alcanzaron las poco más de cuatro horas que duró el vuelo para saciar mis ganas. El motivo no era la tristeza sino una serie de emociones encontradas, entre nostalgia y esperanza al mismo tiempo.

Desperté en un espacio envuelto en el bullicio e indiferente ante los transeúntes de ojos abiertos. No sabía por dónde empezar, tuve prisa por devorar sus calles y en medio de la jungla humana el río me trajo un halo de tranquilidad; desde el puente pude contemplar por primera vez esa que llaman la capital del mundo contemporáneo.

Me impresionó saber que su metro funciona desde el siglo XIX y que permanece abierto las 24 horas del día. Era la primera vez que sentía vibrar un espacio tan cosmopolita, tan cultural, tan asimétrico. Me encontraba en una ciudad sumamente viva, sumamente contrastante, no tuve problemas con mi analfabetismo idiomático, mexicanos y latinos estaban por todos lados.

Hoy me encuentro nuevamente con una serie de emociones encontradas, aunque esta vez no es por el deterioro físico de una persona, sino por el deterioro de lo humano. No es una ciudad, no es un país, es el mundo. Disculpen ustedes mi cabizbajo optimismo, pero despierto con tiroteos aquí, confrontaciones allá, atentados, desapariciones, contraataques, amenazas.
Se agudizan los fundamentos básicos de la convivencia, la violencia se constituye en un tema complejo y difícil de enfrentar. Vuelvo otra vez al tema de La Paz (así con mayúsculas), vuelvo a reflexionar sobre las alternativas para mitigar la violencia.

Me queda claro que lograr la paz no depende sólo de políticas y esfuerzos institucionales, que la paz es una construcción que requiere de la participación permanente de los colectivos para detonar prácticas pacíficas y promover la no-violencia.

Eso es lo que nos permite ser más humanos y felices.
Vuelvo entonces a sentir esperanza cuando la solidaridad de los míos se mantiene a flote en momentos de adversidad; como decía la semana pasada, nuestros jóvenes han tomado las calles para darnos una gran lección de solidaridad. Nuestra esperanza está en que lo que han hecho en estos días se vuelva parte de sus prácticas cotidianas, que la participación sea una constante.

Generacionalmente nos toca reconocerles, motivarles y facilitarles espacios, cederles el lugar que se han ganado.
Toca a nosotros dar testimonio de la importancia de su actuar, de reflexionar con ellos que la paz debe concebirse como un orden social no estático, sino en una dinámica constante en el que la igualdad y la reciprocidad representan la esencia de las relaciones e interacciones sociales; hacer énfasis que la paz antes que un ideal representa un saber práctico.

Toca a los medios de comunicación construir y conservar también imágenes de la realidad no disonantes. Toca enunciar que nuestras necesidades, deseos, emociones y posiciones, pueden abordarse desde alternativas no violentas.

Toca despertar más días con buenas noticias. Toca reencontrarnos con nosotros mismos, en lo humano; como diría Gandhi: La cultura de una nación reside en el corazón y alma de su gente.

En lo personal, en lo colectivo y en lo universal, tenemos claro que la mejor manera de rencontrarnos es perdernos en el servicio a los demás, desde el nosotros que es siemprep los otros.


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Ivett Tinoco García

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