Toluca en el Porfiriato

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Toluca en el Porfiriato

Domingo, 08 Noviembre 2020 00:06 Escrito por 

Historias de Toluca:

Toluca, ciudad joven y fresca:

A principios del siglo XX, Manuel Gutiérrez Nájera compara a la ciudad de Toluca con una mujer fresca y joven. Con el romanticismo que caracteriza a esa época, Gutiérrez Nájera escribe en relación con otras ciudades mexicanas que Mérida es la opulenta señora del henequén, la rica hembra; Guadalajara es la andaluza, tiene ojos negros, mantilla blanca y navaja para herir a los enemigos de la libertad; Tampico parece la amada de los peces, la del hermoso río, la de las náyades desnudas; Tlaxcala es una tumba; Guanajuato una mina, la caverna deslumbradora de Aladino; Jalapa es jardín; Oaxaca, nido de cóndores; Chilpancingo es montaña, la cúspide inaccesible de Guerrero; Monterrey y San Cristóbal son vigías, centinelas avanzados; en Morelia palpita el corazón de la insurgencia; Veracruz es como la gran ventana abierta por donde asoma una linda mujer mirando a Europa mientras cantan las mandolinas, hierve el Borgoña en las copas y se oye el ruido de los chorros de oro; Querétaro, la triste, la enlutada, semeja el féretro de Maximiliano, ajusticiado por la República; en Cuernavaca la naturaleza canta un himno, la cascada de San Antonio entona un salmo y el aire que viene despedido por los oscuros árboles de Huitzilac, y todavía caliente como la mejilla del siervo recién abofeteado por el amo, habla en voz baja de aventuras y empresas de Cortes, de los sueños románticos del pálido Archiduque y de las tristezas agoreras, funestas agoreras de la altiva Carlota.

Para Gutiérrez Nájera, Toluca es una ciudad “flamante y nuevecita”, una muchacha joven y coqueta. Al referirse a esta ciudad señala con un marcado romanticismo:

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“Coqueta, traviesa y ríe de sus enamorados. Su risa de muchacha, cortejada por brillantes legiones de donceles, es la que vemos hecha espuma al pasar por el Monte de las Cruces, la que escuchamos cuando salta el agua en la selvosa cumbre, como nietezuela que retoza en las rodillas del abuelo. Tenemos que llegar a ella subiendo, primero, cual si trepando por el tronco y las ramas del frondoso cedro nos encaramáramos hasta el balcón de la garrida castellana; y, llegando a la cima hay que bajar, así como se arrodilla el trovador ante el alcázar escalonado.

El prólogo del viaje es tan hermoso como el prólogo de todos los amores. Figura el incienso, el humo de la locomotora; vestido de novia, cuajado de encajes, la espuma frufuante de las aguas; el cedro, candelabro gigantesco, y la catedral dispuesta para nuestras nupcias, la montaña.
Vamos a Toluca aprisa, como se va, cuando mucho se ama, a la casa de la novia. Llegamos y nos hechiza el aspecto de la ciudad. No es monumental, no es arcaica, es joven. Tiene la frescura, la sonriente mocedad de una muchacha que sabe ataviarse y vestirse de muselina, con percal, con listones vistosos, con claveles en el pelo. Ningún convento la ensombrece, ninguna iglesia pesada la magulla; toda ella esta flamante y nuevecita”.

La impresión que da la ciudad de Toluca a principios del siglo XX es efectivamente la de una población nueva, limpia y flamante pues Toluca adquiere una conformación y una entidad como ciudad en la época porfirista.

Antes del Porfiriato, a lo largo del siglo XIX, Toluca presenta un aspecto ruinoso y de abandono. Juan Pedro Didapp escribe en 1901 al respecto que en los dos primeros tercios del siglo XIX los años transcurrían uno tras otro y la ciudad de Toluca permanecía estacionaria, ya sea porque las guerras intestinas sangraban al país en aquel entonces, se cree porque los gobernantes eran poco inclinados a realizar mejoras materiales: lo cierto es que Toluca permaneció por muchos años en un estado embrionario en lo que se refiere a mejoras materiales; calles sin buen pavimento, sus banquetas viejas de piedras carcomidas; las casas y los edificios públicos en general, de aspecto ruidoso y feo; los acueductos en tal estado de abandono, que el líquido se derramaba a ambos lados. La hierba crecía con tal libertad, que las calles, plazas y azoteas quedaban convertidas en praderas en donde se oía el silbido de los reptiles.

La semblanza de la ciudad de Toluca a fines del siglo XIX y en los primeros años del XX es muy diferente. Un viajero inglés Edwuard T. Bl; antiguo miembro de la Cámara de Comunes, observa en 1903 la limpieza de las calles toluqueñas, su buena pavimentación, y la hermosura de los edificios públicos y la belleza de los paseos y jardines. Para el visitante ingles la ciudad de Toluca, y el Estado de México en general, se ha modificado en el lapso de quince años, especialmente durante la administración del General José Vicente Villada, pues había sido una de las Entidades más afectadas por las guerras civiles, presentando un aspecto lamentable por el abandono en que se encontraban las calles y edificios.

Un diario de la ciudad de México publicó en 1902, varios artículos para dar a conocer los progresos del Estado de México y la labor administrativa del general José Vicente Villada. Conforme esta publicación, en el año de 1889, en que el brigadier Villada recibió el gobierno de la entidad, Toluca distaba mucho de poderse llamar Capital de un Estado, pues el aspecto de sus calles, el abandono de los dos únicos jardines con que contaba, la falta de higiene por carecer de atarjeas para dar salida a los desperdicios de la población, la mala distribución del agua potable para el servicio del pueblo, la falta de policía y de aseo esmerado la hacían aparecer más bien como un pueblo que como la capital de un estado tan importante como el de México. Estas condiciones provocaron que en varias ocasiones se produjeran epidemias con un gran número de víctimas, por lo que Villada tomó medidas como construir atarjeas en la ciudad, nivelando y pavimentando las calles posteriormente, y al mismo tiempo dictó disposiciones para que formaran jardines en las plazas públicas.

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El jardín de la Plaza principal fue el primero que se reformó pues los antiguos eucaliptus se sustituyeron con árboles de ornato, se construyeron prados con plantas florales, se levantaron hermosas fuentes, se colocó en el centro del jardín una estatua de Hidalgo, se pavimentaron las calles que rodeaban al jardín y para iluminarlo se instalaron faroles de luz incandescente. El jardín de la Plaza de Zaragoza se reformó al mismo nivel que la Plaza principal. A iniciativa de don Santiago Graff, el Ayuntamiento había aprobado en enero de 1887 que en la antigua Plaza de Alva se construyera un jardín que fue diseñado por don Silvano Enríquez y que se convirtió en la Plaza Zaragoza.

La Plaza del Tequezquite que se había convertido en un basurero se modificó construyéndose en su lugar un “precioso jardín inglés”, el jardín Morelos que se inauguró en 1890: en él se colocaron fuentes y se ilumino con luz incandescente con faroles de hierro. La restauración de la Alameda fue objeto de especial atención por parte de Villada. Aurelio J. Venegas señala que este jardín en el Porfiriato permanecía en los confines de la ciudad, se fundó por los años de 1842 a 1844; en 1874 se reformo y se abandonó hasta el año de 1890 en que se creó un departamento zoológico, una pajarera de alambre, un local para cría de venado, corredores, un invernadero y un lago con aves acuáticas.

Además de las plazas públicas, Toluca tenía en los inicios de este siglo los monumentos de Hidalgo, de los Hombres Ilustres del Estado y el de Colón. El primero se encontraba situado en la Avenida Independencia, a unos 200 metros de la Estación del Ferrocarril Nacional Mexicano; el segundo en la Plaza de la Merced, se inauguró en 1889 y se caracteriza por tener la forma de un obelisco de 9.40 metros de altura, donde se ostentan los nombres de los hijos distinguidos del Estado y en un medallón de metal, en alto relieve, el busto de Sor Juana Inés de la Cruz.

En el año de 1892 se levantó un monumento a Colón en la primera glorieta del Paseo del mismo nombre y contaba con una base cuadrangular sobre la que descansaba un pedestal que sostenía una columna tallada de estilo corintio coronada con la estatua del navegante genovés.

A los jardines públicos, plazas y monumentos antes mencionados, habría que añadir los principales edificios de la ciudad que fueron construidos o reformados en su mayor parte durante el periodo porfirista. Entre los edificios públicos importantes que se localizan en los primeros años del siglo XX se encuentran el Palacio de Gobierno al lado poniente del jardín de la Plaza principal; el Palacio Municipal en las calles de la Federación y Porfirio Díaz; el Palacio de Justicia, en la segunda calle de la Ley, contiguo al Templo de San Juan de Dios; el Palacio de la Legislatura, en la calle de Porfirio Díaz, muy cerca del Palacio Municipal; el Instituto Científico y Literario, en la calle de Plutarco González; el Teatro Principal y el Hotel “Gran Sociedad” que ocupaban el mismo edificio frente al portal Morelos; el Hospital Civil en el noroeste de la ciudad; la Escuela de Artes y Oficios para varones, en el primer callejón de Manuel Alas; la Escuela Normal para Profesoras y de Artes y Oficios para señoritas y, el mercado “Riva Palacio” frente al Portal Merlín.

Margarita García Luna


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Gerardo R. Ozuna

Toluca: Rescatando identidad