La sangre derramada por la Independencia
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La sangre derramada por la Independencia

Miércoles, 17 Septiembre 2025 00:00 Escrito por 
Desde el Sótano Desde el Sótano Raúl Mandujano Serrano

Matías Filomeno ya era grande cuando el cura Hidalgo llamó a la revuelta. Tenía 62 años, era campesino y tenía una carabina colgada en su cuarto. Nunca la soltaba. Era una Winchester 30-30, que su padre le había heredado. Era un arma vieja, pero mejor que solo llevar un machete a la pelea. Desde aquel 15 de septiembre de 1810, cuando tocó las campanas el padre Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor, Matías únicamente había caminado por senderos, durmiendo sobre pasto alrededor de una fogata, bebiendo aguardiente o pulque y escuchando canciones que sus compañeros entonaban para darse valor:
Josefa Ortiz de Domínguez, Hidalgo, Allende y Aldama, tenían a gente advertida y bien escondidas armas. Ya van marchando los planes, ya va ayudando la suerte, parece que ahí por octubre, podremos tronar el cohete.

El 16 de enero de 1811, llegaron a Zapotlanejo, Jalisco. Ahí conoció a Hidalgo, de lejos. A su lado estaban los comandantes Ignacio Allende y Juan Aldama. Soldados llegaban de todos lados. Era el ejército insurgente y él era parte de ese orgulloso contingente de casi 100 mil “pelados” dispuestos a morir por México. Por la noche bebieron tres tragos cada uno de algo llamado “coraje líquido”. Una mezcla de mezcal y aguardiente de maguey para así, medio briagos, salir en la madrugada corriendo y entre caballos algunos, para “tomar” el Puente de Calderón. Ya era 17 de enero y la batalla sería contra 7 mil 500 soldados realistas al mando del teniente general Félix María Calleja y los comandantes Manuel de Flon, conde de la Cadena, apodado “El chacal de los ojos verdes”, y el brigadier José de la Cruz. Eran pocos. Nada podía salir mal.

Las balas rompían el aire y se perdía su estruendo entre los gritos de los rebeldes. Matías Filomeno disparaba su carabina y se tiraba al suelo para recargar. Los insurgentes avanzaban entre las nopaleras y trataban de construir a su paso improvisadas trincheras que cavaban con las palas de los guerreros mexicanos. Pero solo eran campesinos sin formación militar. El gran número de rebeldes fue aniquilado poco a poco. Calleja mostró superioridad y los realistas hicieron que los campesinos se retiraran.

A Matías lo encontraron agonizando. Una bala le había atravesado el pulmón. Mientras trataba de “jalar” aire, llegó un soldado del gobierno y le disparó en la cabeza. A los sobrevivientes les daban el “tiro de gracia”. Calleja ordenó que no habría “prisioneros de guerra”. En esa enorme explanada de pasto, nopales, piedras y arbustos —insuficientes para cubrirse de las balas—, solo había cuerpos tirados, quizá unos 50 mil cadáveres, entre ellos el de Matías. Igual que el corrido de “Pancho Rivera”, tenía su ropa de manta y un jorongo, su sombrero y huaraches. Su carabina 30-30 se la llevó su asesino.

La muerte de “los grandes de la patria”

Tras la derrota en el Puente de Calderón, Miguel Hidalgo fue aprehendido en Chihuahua, fue fusilado el 30 de julio de 1811 y su cabeza fue exhibida como escarmiento. Ignacio Allende, baluarte en la toma de la Alhóndiga, fue capturado en Coahuila, fusilado y decapitado el 26 de junio de 1811, mientras que en febrero de 1814 el sacerdote Mariano Matamoros fue ejecutado por un pelotón en la plaza principal de Valladolid. José María Morelos y Pavón fue fusilado en San Cristóbal Ecatepec el 22 de diciembre de 1815.

Pero no se rindieron. De la mano de Vicente Guerrero, Agustín de Iturbide y Guadalupe Victoria, en agosto de 1821 consumaron la independencia de México. El 27 de septiembre de 1821 el Ejército Trigarante entró triunfante a la Ciudad de México.

Vicente Guerrero fue fusilado por rebeldes en Oaxaca y Agustín de Iturbide fue ejecutado en Tamaulipas. Guadalupe Victoria, el primer presidente del México independiente, falleció el 21 de marzo de 1843, siendo declarado “Benemérito de la Patria”.

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Raúl Mandujano Serrano

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