Brenda, mi siempre afable waitress de esa atávica cafetería del Centro Histórico, me pregunta: “¿Crees en los Reyes Magos?” Se sienta a mi lado y, mientras sirve en mi taza ese café mexicano, me expresa: “Siempre les escribo una carta pidiéndoles paz y seguridad para mi familia, pero nada cambia. Siempre tengo miedo”.
Se cree que un día de noviembre de hace miles de años, Melchor, Gaspar, Baltazar y Artabán salieron de sus reinos. No eran reyes propiamente; eran sabios del oriente. Según el Evangelio de San Mateo, provenían de las tierras de Sem, Cam y Jafet, a las que conocemos como Europa, Asia y África. De Persia venía Artabán, aunque él nunca llegó al pesebre. De hecho, sí llegó, pero Jesús ya no estaba. Artabán era un sabio justo. Por eso creo que la justicia tarda, o no llega.
Sobre la justicia o la inseguridad es complicado coincidir. Los gobiernos, todos sin excepción, han contribuido al miedo social. Los regaños y castigos disciplinarios en el hogar o la escuela eran estrategia formadora; hoy son actos de tortura. El país se volvió blando contra lo que pudiera transgredir la integridad o la personalidad del individuo o la individua, porque también en el lenguaje, la identidad y la expresión de género son menjurjes a los que debemos adaptarnos.
El narcotráfico y la delincuencia organizada existían, pero como cualquier rata de alcantarilla se ocultaban. Los “carteristas” eran hábiles delincuentes hurgando en las bolsas y carteras de las personas, pero se extinguieron para dar paso a violentos asaltantes de transeúntes. Hoy los criminales actúan con libertad; atacan con estrategias militares, con minas explosivas, drones, camiones blindados, rifles AK-47 y ametralladoras calibre .50 o M-16. La huella a su paso son fosas clandestinas, muertos, secuestros, extorsiones, comunidades avasalladas, desplazados, mercados cooptados…
Están en guerra contra los propios mexicanos y van ganando. Los discursos políticos y la propaganda del gobierno se los pasan por “el arco del triunfo”. Si existió algún acuerdo, fue no lastimar a la gente, pero todo se descontroló.
¿Se acuerdan del “Negro” Durazo? Pues bueno, por él, la policía descubrió que, a costa de la gente, su placa les daría dinero e impunidad. Construyeron un imperio de terror y se volvieron delincuentes, y aprendieron a callar a quienes los denunciaran.
Cada año, de los últimos 18 —que involucran a tres gobiernos de distinta ideología— son ejecutadas en promedio 30 mil personas, en algunos momentos con cifras más altas. En los recientes nueve se recrudeció la violencia con más de 33 mil asesinatos, hasta 40 mil, como en 2020. Sí, disminuyeron los homicidios imprudenciales, atropellamientos o accidentes, pero el INEGI refiere que el rango de muertes violentas se ha mantenido, y las víctimas tienen entre 15 y 44 años, en su mayoría implicados con organizaciones criminales. Los programas sociales no sirven para disuadir a los jóvenes de alejarse de la delincuencia.
El Observatorio Nacional Ciudadano de Seguridad, Justicia y Legalidad reveló que el reclutamiento de jóvenes, de niñas y niños adolescentes por parte de la delincuencia, tiene su origen en la pobreza. Las llamadas becas del bienestar no llegan a las comunidades (extrañamente), mientras que en las ciudades, sus destinatarios las gastan en fiestas. El bono poblacional que impulsaría el desarrollo nacional a través de los jóvenes se ha perdido. Prefieren tener una pistola que un libro.
Carlos Manzo fue ejecutado por un adolescente cuyo origen es la pobreza y la marginación, ingredientes que a algunos políticos les interesa perpetuar. A Brenda no me atreví a decirle que los Reyes no existen… Hasta otro Sótano.
Mi X: @raulmandujano

