Hechizos de amor y herejía: mujeres que desafiaron a la Inquisición
DigitalMex - Periodismo Confiable
Publicado en Opinión

Hechizos de amor y herejía: mujeres que desafiaron a la Inquisición

Viernes, 31 Octubre 2025 00:00 Escrito por 
Ecos del pasado Ecos del pasado Juan Manuel Pedraza Velásquez

Cada 1 y 2 de noviembre, nuestra nación conmemora una de las festividades más folclóricas y tradicionales de nuestro pasado cultural: el Día de Muertos, tradición que incluso ha sido reconocida a nivel mundial y retratada a través de diversos medios como el cine, la televisión y la literatura. En estas fechas proliferan disfraces de vampiros, hombres lobo, catrines, fantasmas, que a su vez conviven con personajes modernos del folclore popular como el Joker, Merlina y Harley Quinn.

Sin embargo, es necesario señalar que no siempre fue así, y lo que hoy se ve como una tradición colorida, simbólica y sincrética, en el pasado remoto tenía una fuerte connotación religiosa, y elementos sobrenaturales como la “magia” o la “hechicería” fueron proscritos por tribunales civiles y eclesiásticos. En este contexto, la imagen de la bruja o hechicera fue una constante en los delitos que perseguía el Tribunal del Santo Oficio.

Todo comenzó con la colonización española. En el siglo XVI, la Corona española determinó que la fe católica sería un elemento de unión en sus territorios, por lo que los cultos, religiones y deidades prehispánicas fueron identificados como “obras del demonio”, por lo que fueron prohibidos bajo distintas penalizaciones. En 1571 se instaló en la Nueva España el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, lo cual significó una mayor vigilancia en los delitos que atentaran contra el catolicismo.

En la Nueva España, si bien es cierto que hubo casos de hombres acusados de hechicería y brujería, fueron las mujeres quienes llevaron un proceso más riguroso y con más reincidencia en estos delitos. En los archivos estatales y nacionales encontramos una gran cantidad de procesos, documentos, legajos y denuncias, muchas de ellas anónimas, sobre este tipo de mujeres que fueron acusadas de ser consortes del diablo y practicar las “artes perversas”, pero ante esto cabe preguntarnos: ¿por qué las mujeres tuvieron una mayor y más estrecha vigilancia?

Para empezar, es necesario recordar que en la Nueva España el ideal perfecto de una mujer era que debía permanecer obediente, sumisa, abnegada a su familia; particularmente debía tener un absoluto respeto hacia el esposo y, sobre todo, hacia la Iglesia católica. Cualquier mujer que se saliera de esta normativa era rechazada, excluida y juzgada por la misma sociedad conservadora. Ese estigma pesó en el ideal que se tenía de la mujer novohispana, haciéndolas ver como débiles, de carácter frágil e impulsivas, por ende, más propensas a sucumbir a las tentaciones del demonio.

Sebastián Covarrubias Orozco, en su obra Tesoro de la lengua castellana, nos menciona que la mujer es más propensa a practicar la brujería, ya que “...aunque hombres han dado y dan este vicio, son más ordinarias las mujeres, por su ligereza y fragilidad, por el espíritu vengativo que en ellas hay y es más ordinario”. El estereotipo machista sobre el carácter y el actuar femenino fue determinante en la manera en cómo juzgaban y enjuiciaban a muchas mujeres por delitos contra la fe católica.

Resulta, por demás, interesante notar que una gran cantidad de las brujas juzgadas en el pasado colonial fueron mujeres que ayudaron a otras personas a conseguir pareja o a concertar una relación amorosa; asimismo, la inmensa mayoría eran mulatas. Los ingredientes para lograr estos fines eran muy variados: desde hierbas comunes y simples hasta gusanos, sangre de animales y secreciones corporales, principalmente sangre de la menstruación de la joven que quería concertar una relación amorosa.

En la mayor parte de los juicios a estas personas se hizo hincapié en que su acto era un delito no solo contra el orden común, sino contra Dios. Aunque recibieron su castigo por esta transgresión, cabe aclarar que hombres y mujeres de diversas etnias y clases sociales recurrían a los servicios de brujas y hechiceras para acabar con un “mal de amores” o, en ocasiones, para evitar que el marido cometiera adulterio o fuera un mal esposo y mal proveedor del hogar. Es importante señalar que, aunque su delito fue atentar contra el catolicismo, muchas de estas mujeres mencionaban el nombre de Dios, la Virgen María o de algún santo católico en sus declaraciones.

Ejemplo de lo anterior es el caso de Marca de Esquivel, comerciante y curandera que vivió en el siglo XVIII. De acuerdo con los documentos sobre su proceso, fue acusada de “hacer hechizos para que el marido dejara el juego y atontar a los hombres”; otro caso similar fue el de Isabela de Vivanco, procesada por “amansar a los hombres”. Su “conjuro” decía más o menos lo siguiente:

“Jhoan o Diego u otro nombre,
dondequiera que tú estás,
ni te tengo carta escrita
ni con quien te la enviar,
ni puedas sosegar
ni en cama acostar
ni en silla sentar,
hasta que conmigo vengas a estar”

Otro caso particularmente interesante es el de Leonor de la Isla, mestiza trabajadora doméstica, acusada por muchas de sus clientas de “enseñarles a preparar una pócima hecha con sangre, hierbas, flores diluida luego en chocolate para conseguir un hombre”. Otro caso similar es el de Pedro de Ávila, mulato y peón de hacienda, quien se quejaba de los pésimos tratos de su patrona hacia él. Su madre, también mulata, le dio unos polvos hechos de colibrí disecado para que su ama lo tratara de mejor manera. Los archivos son bastante claros al advertir que entre él y su patrona “el odio se transformó en pasión diabólica y desenfrenada, tanto que tuvieron vida carnal varias veces”.

Sin embargo, como estudiosos de la historia, cabe preguntarnos: ¿qué nos dicen los miles de casos de brujería juzgados por la Inquisición novohispana? Lo que para algunos puede ser una simple curiosidad, para otros es el trasfondo de una estructura social y cultural de la época. Recordemos que, en todo el virreinato, el papel de la mujer se vio reducido a ser una simple administradora del hogar y cuidadora de los hijos, todo bajo la tutela de su esposo o de un varón del cual dependiera.

Lo anterior también implicó que, en su juventud, una gran mayoría de las mujeres coloniales no podía escoger con libertad a su pareja o a su futuro esposo. Generalmente, las decisiones sobre los pretendientes de las mujeres novohispanas dependían del visto bueno de la familia, principalmente del padre o de un miembro sobre el cual recayera la tutela. Muchas de ellas veían el matrimonio como una obligación hacia sus familias y a Dios mismo. Estar casadas, tener hijos y un esposo aceptable era un convencionalismo que la sociedad impuso de una manera cultural.

Empero, es necesario señalar que, aunque era una regla cultural impuesta a las mujeres, no todas estaban conformes con ese ideal. Algunas de ellas fueron en contra de sus familias y buscaron otros medios para poder conseguir la pareja que ellas deseaban; en este caso, uno de esos medios fue la brujería. Con las infusiones, brebajes, sortilegios y polvos mágicos, muchas mujeres garantizaron ejercer de una forma no convencional su vida sentimental y sexual. Esto, por obvias razones, no le gustó al Tribunal del Santo Oficio, quien se dedicó a perseguir con tenacidad estos ilícitos.

El recurrir a una chamana, bruja o hechicera para conseguir una relación amorosa o sentimental no es un mero acto emocional, sino un acto de rebeldía, que se oponía a los valores tradicionales impuestos por la Iglesia Católica y la autoridad política. Escoger su propia pareja, pese a las represalias que había por practicar la hechicería, denotaba también una clara inconformidad hacia las estructuras patriarcales de la época y hacia una moral impuesta por el mundo católico. La magia amorosa se convierte, de esta manera, en una forma de ir contra lo establecido, contra el estatismo social.

Hoy en día, hay diversos estudios que abarcan el papel de la mujer en la brujería novohispana. Historiadoras como Estela Roselló, Noemí Quezada y Asunción Lavrin nos dan una amplia perspectiva de lo que eran estas prácticas y su impacto cultural en las estructuras jurídicas, sociales y culturales. Figuras como la bruja o el hechicero no deben verse como algo exótico o sobrenatural en la historia, sino como una forma de inconformidad ante las estructuras sociales.

Por Juan Manuel Pedraza, historiador por la UNAM
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Visto 166 veces
Valora este artículo
(0 votos)