Joan Manuel Serrat nació en el barrio de El Poble-sec, en Barcelona, rodeado de olores a tomillo y de la cálida cocina de su madre. Con el tiempo, después de enfrentarse a las tensiones del franquismo y de observar de cerca las cicatrices dejadas por los golpes militares en América Latina, Serrat llegó a una conclusión vital: la primera obligación del ser humano es ser feliz.
No lo decía a la ligera; lo decía desde la experiencia, desde haber visto la vida de cerca, con sus sombras y sus luces. Y con esa misma convicción, nos enseñó a defender la alegría, como bien lo expresó Mario Benedetti: Serrat siempre transitó con calidez y llaneza, dejando que el humor lo salvara de la retórica y que la naturalidad lo alejara de la frivolidad.
Sumergirse en su historia es inevitablemente llegar al Mediterráneo, esa obra maestra que escribió hace ya 50 años como un homenaje a su tierra natal. Escuchar ese disco es adentrarse en el mar, con la misma curiosidad y misterio que despierta un horizonte que no parece tener fin.
En esas notas, Serrat encapsuló una oda a la belleza de la región, a su historia y a su gente, erigiendo una obra que sigue siendo monumental, como un faro en la niebla de los tiempos turbulentos que le tocó vivir. "Mediterráneo" no es solo un disco; es un refugio para quienes buscan la profundidad y el consuelo en la música.
Desde sus inicios en 1965, Serrat mostró un compromiso que lo distinguió, no solo como artista, sino como patriota. Su negativa a cantar "La, la, la" en español en el Festival de Eurovisión de 1969, en defensa de su lengua catalana, fue un acto que lo definió.
Massiel ganó el certamen, pero Serrat ganó el respeto de quienes lo entendieron. En ese momento, reivindicó no solo una lengua, sino una identidad, y con ese mismo espíritu, años después, tuvo que exiliarse en México.
Allí, encontró el espacio ideal para dar vida a los versos de poetas como Miguel Hernández y Antonio Machado, dándoles voz y melodía, asegurándose de que las palabras resistieran. Serrat no solo fue un músico, sino el iniciador de un movimiento cultural de alto calibre, un poeta de la resistencia, un incansable defensor de los derechos humanos.
Su obra ha sido reconocida en los círculos más prestigiosos del mundo, incluidas universidades como la UAEMéx, que en 2015 tuvo el honor de otorgarle un Doctorado Honoris Causa durante mi rectorado. Aquel día, Serrat, conmovido, recordó su llegada a Toluca en 1971, cuando México se convirtió en su refugio durante el exilio.
Hoy, Joan Manuel Serrat se alza una vez más en el escenario global con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2024, que recibirá este viernes en Oviedo. Es un reconocimiento más que merecido para quien ha dedicado su vida a transformar las palabras y la música en herramientas de resistencia, de amor y de memoria.
Un galardón que lo coloca al lado de los más grandes, en una trayectoria que bien podría culminar, como muchos esperamos, con el Premio Cervantes o incluso el Nobel de Literatura, como ya sucedió con Bob Dylan en 2016.
El Premio Princesa de Asturias honra no solo al artista, sino al luchador, al poeta, al hombre que ha sabido susurrar, gritar y cantar las verdades que otros solo se atreven a pensar.
Y, como dije en mi discurso aquel día de 2015 en la UAEMéx, con las últimas palabras en catalán que siguen resonando en cada rincón del Palacio de los Cien Arcos: “avui ser per dia grandeniu planteja així aprovitar que paz depèn en part de tu on el dia a dia dura de l'experiència començar per guanyar i elevar com si fora festa de guardar avui per ser un gran dia i a més també pàtria ciència i treball”. Hoy es un gran día, y con Serrat, siempre lo será.