El escribano, que ha visto en su trayectoria como periodista imágenes sangrientas y páginas de nota roja que se convirtieron en la de “8” de muchos noticieros, quedó impactado con la noticia del homicidio —no, de la despiadada ejecución sin piedad— de las gemelas Meredith y Medelín, de 11 años, junto con Karla, de 9. A estas pequeñas hermanas las encontraron abrazadas debajo de un árbol y presentaban disparos de arma de fuego. Su madre había sido presuntamente asesinada un día antes por su amasio Jesús Antonio.
La inteligencia del redactor de historias no alcanza a aterrizar alguna imagen de piedad, ni encuentra en las preguntas del universo alguna que le dé una respuesta para comprender por qué las mató. Solo surgen en su cerebro escenas de dramatismo en las que lloran, se abrazan de miedo, suplican, sienten el dolor de la bala que las quema hasta matarlas… y de los ojos del periodista emergen lágrimas que se deslizan sobre sus mejillas.
¿Qué castigo le darán? ¿3 años, 10, 20, 50, 100, cadena perpetua? ¿Qué sentencia puede recibir un infeliz que seguramente estaba drogado cuando las mató? ¿O acaso lo rehabilitarán para reinsertarlo en la sociedad con una beca para sobrevivir?
México, en su enorme bondad y fe religiosa, tiene totalmente prohibida la pena de muerte. La última ejecución de un civil en México se llevó a cabo en 1937 y la última ejecución militar en 1961, para después, cuarenta años después, ser retirada de la Constitución mexicana en 2005 durante el gobierno de Vicente Fox, dejando claro en su artículo 22 que: “Quedan prohibidas las penas de muerte, de mutilación, de infamia, la marca, los azotes, los palos, el tormento de cualquier especie…”.
Y ahí está México, sin poder darle un escarmiento a los que, con frialdad y cálculo, sin emociones y sin piedad, asesinan a una persona, mujer u hombre, a algún anciano, a animales de compañía… a niños o niñas. Porque esta no fue una bala perdida en un baile en el que borrachos estuvieron disparando, o en una balacera; fue un maldito (no hay otra palabra para etiquetarlo) que las llevó al bosque, las golpeó para que callaran y les disparó sin piedad, terminando así con sus travesuras, sus juegos, sus risas y su llanto, con su infancia, con lo que aprenderían en la escuela, sin novios, sin tareas, sin la vida que, como ángeles, Dios les había entregado. La maldad, a veces, debe combatirse con la pena de muerte.
Pena de muerte, la solución
Existirán casos y juicios que demuestren la existencia del demonio y se deba hacer un exorcismo, y no la lectura de la ouija (por parafrasear esto que sucedió). Amnistía Internacional y la Oficina de Derechos Humanos de la ONU promueven la abolición de la pena capital en todo el mundo, pero su posible reimplantación está en análisis luego de que, en 2022, una niñita de tan solo 3 años fuera violada y asesinada en Chiclayo, Perú.
Actualmente, 55 países todavía aplican la pena de muerte, entre ellos: Afganistán, Arabia Saudita, Bahamas, Bangladés, Bielorrusia, Belice, China, Corea del Norte, Cuba, Egipto, Estados Unidos, India, Irak, Irán, Japón, Kuwait, Líbano, Libia, Nigeria, Pakistán, Palestina, Siria, Vietnam, entre otros. Y los delitos son el asesinato, la alta traición y, por grado de violencia, el robo, la violación, el narcotráfico, incluso la apostasía y la homosexualidad.
Los métodos de ejecución que llegan a usar son la inyección letal, ahorcamiento, electrocución, fusilamiento, cámara de gas y la decapitación… Algunos lo merecerían. Hasta otro Sótano.
Mi X @raulmandujano