Día de Muertos. Los desaparecidos: la herida abierta de México
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Día de Muertos. Los desaparecidos: la herida abierta de México

Miércoles, 29 Octubre 2025 00:10 Escrito por 
Matices Matices Ivett Tinoco García

Hace unos días tuve el privilegio de participar en el Festival Dot Day Night. El programa del festival me conmovió por la manera en que estaba estructurado: el ritual, el umbral, la transición, la presencia, la ausencia, el duelo.

Me correspondió hablar de la transición, cosa que me gustó, porque desde la cosmovisión ancestral, la transición no representa un final, sino un movimiento continuo dentro del ciclo cósmico: el paso del ser hacia otra forma de existencia, donde la vida y la muerte dialogan como reflejos de una misma energía.

En ese tránsito, los planos material y espiritual se entrelazan, recordándonos que toda ausencia encierra una nueva forma de presencia. Transitar es, en esencia, renacer.

Participar en este festival me llevó a articular una reflexión que me ha acompañado desde hace meses: la de las familias que viven con la ausencia de un ser querido desaparecido.

Pensar en ellas me ha hecho comprender que la desaparición es una herida que no cierra, porque impide el rito, interrumpe el vínculo y les roba la posibilidad del duelo.

Mientras no hay cuerpo, mientras no existe un altar donde colocar su nombre, esa ausencia sigue siendo puro vacío. En su texto Raíz que no desaparece, Alma Delia Murillo escribe:

“¿Tú también tienes un desaparecido? —me dice.
Se me descuaja el corazón por la naturalidad con que me lo pregunta y por la forma en que me lo pregunta.
Tú también, ese también es la más incluyente de las políticas sociales de este país, porque sí, a estas alturas cualquiera podríamos tener un desaparecido.
Tú también.
Tienes un desaparecido.
Tener.
La magnitud de esa contradicción me sacude el pensamiento, y todo lo que hasta ahora articulaba como lenguaje de posesión sale volando. Porque, en este caso, tener un desaparecido es no tener un cuerpo, no tener una certeza, no tener un muerto.
Y tener un muerto sería mejor que esto.”

Esa reflexión me atraviesa. Porque para los mexicanos, la ausencia no es solo dolor: es una fractura en el orden sagrado de la vida. Nuestra relación con la muerte es distinta a la de otros pueblos. Desde tiempos antiguos, nuestros pueblos entendieron la muerte como un tránsito natural, una etapa más del ciclo cósmico.

La cosmovisión mesoamericana nos enseñó que morir no era desaparecer, sino regresar al equilibrio del universo. Con la llegada del cristianismo, esa visión se encontró con otra forma de entender la existencia: la vida como prueba y la muerte como juicio.

Del encuentro entre el Mictlán y el Paraíso nació nuestra espiritualidad mestiza: una filosofía donde la flor del cempasúchil guía el alma indígena y la vela ilumina el alma cristiana.

El Día de Muertos es, quizás, la más profunda expresión de esa fusión. Es un acto de memoria, pero también de resistencia cultural. En cada altar, el agua calma la sed de los que regresan, el pan recuerda la comunión, el copal purifica y las flores dibujan el camino de vuelta al hogar. En un mundo que corre y olvida, el altar se detiene y recuerda.

Por eso, para nosotros, la desaparición es más que una tragedia: es una ruptura del orden sagrado. Rompe el equilibrio entre presencia y ausencia, porque impide el tránsito, ese diálogo que da sentido a la vida y a la muerte.

Y, sin embargo —como diría el Popol Vuh—, “seremos mientras alguien nos recuerde.”

Los desaparecidos siguen habitando entre nosotros, no en el Mictlán ni en el Paraíso, sino en ese territorio suspendido donde la memoria resiste y el amor se niega a olvidar.

Recordar es, entonces, un acto político y también un acto sagrado:

la única forma de devolverle presencia a la ausencia.

Porque la memoria, cuando se vuelve ritual, se convierte en vida.

Que la memoria se vuelva resistencia.

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Ivett Tinoco García

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