Michoacán y su hedor a muerte
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Michoacán y su hedor a muerte

Martes, 11 Noviembre 2025 00:00 Escrito por 
Reseñas y Sucesos Reseñas y Sucesos Edgar Tinoco González

Michoacán es un estado que le guarda un profundo respeto a la muerte. Desde tiempos prehispánicos, las comunidades purépechas la han venerado como un tránsito, no como un final. Pero hoy, esa misma muerte que antes fue motivo de ofrenda y canto, se ha transformado en una presencia cotidiana que asfixia. La muerte ya no se honra, se sobrevive.
A lo largo de sus 113 municipios, el eco de la violencia se confunde con el sonido de los ríos desbordados por la impunidad. La muerte, en su manifestación más brutal, se ha vuelto parte del paisaje michoacano. Y aunque esta tragedia no es exclusiva de la entidad, verla en los ojos de sus habitantes la vuelve más insoportable. Michoacán duele porque su tragedia tiene rostro, porque la esperanza se mezcla con el miedo y porque el grito, más que protesta, es un acto de alivio.

¿Qué hubiera pasado si en 2006 el gobierno mexicano no hubiera declarado la guerra al narcotráfico? Es una pregunta tan contrafactual como inevitable. Lo cierto es que, mucho antes de las balas oficiales, el narcotráfico ya había echado raíces en las montañas y costas michoacanas. Desde mediados del siglo pasado, la siembra de marihuana y amapola abastecía un mercado que no entendía ni de fronteras ni de moral, a la sombra de la Segunda Guerra Mundial y la participación de nuestro país vecino en este conflicto armado.

Luego vinieron los cárteles. En los años 2000, el Cártel del Golfo y su brazo armado, Los Zetas, irrumpieron con una violencia sin precedentes. Cuerpos colgados, decapitados, mutilados: el horror comenzó a tener rutinas. En 2006, La Familia Michoacana intentó recuperar el control apelando a la identidad del pueblo. Pero la ideología criminal nunca redime, solo muta. En 2011 nacen los Caballeros Templarios, que llevaron el control del crimen a lo grotesco: cobraban por cada metro cuadrado de casa, por cada vehículo, por cada kilo de tortillas.

En 2013, las autodefensas simbolizaron la última esperanza: la defensa del pueblo por el pueblo. Pero pronto fueron absorbidas por las mismas estructuras de poder diametralmente opuestas. Finalmente, desde 2019, el Cártel Jalisco Nueva Generación y Los Viagras, agrupaciones que hoy ocupan los vacíos y disputan los territorios en la espiral de terror que vuelve a girar, frente a un gobierno pasmado y atrincherado en la zozobra que prioriza los abrazos.

En veinticinco años de disputas antagónicas y hostilidad criminal, las estrategias gubernamentales parecen repetirse como un eco sordo: despliegues, mesas de seguridad, discursos y nada más. Mientras tanto, la vida cotidiana en Michoacán se parece cada vez más a un infierno habitado por la resignación.

Estas líneas no pretenden el sensacionalismo, sino mirar de frente una realidad que hemos normalizado: la violencia, por definición gráfica, hay que verla para entenderla, no suponerla. Y quizá, al comprender lo cansada que está una sociedad de tanto dolor, entendamos que alzar la voz no es rebeldía, sino supervivencia. Por eso rompen, porque resisten; por eso rayan, porque la voz no les alcanza para saciar el dolor que los envuelve.

La muerte en Michoacán atraviesa historias que desgarran el alma: cabezas cercenadas rodando en un bar de Uruapan, desplazamientos forzados que convierten comunidades enteras en pueblos fantasma como El Aguaje, control absoluto de las parcelas aguacateras y limoneras, infiltración criminal en los tres órdenes de gobierno, niños convertidos en sicarios, secuestros, desapariciones de mujeres y niñas, y actos terroristas contra la población. Un catálogo del horror que se ha vuelto parte del paisaje cotidiano, donde el miedo se hereda y la esperanza se esconde. No basta con narrar esta realidad cruda y cruel; es necesario comprender que la violencia extrema no debe acostumbrarnos, sino solidarizarnos. Pero la tragedia mexicana es que, a fuerza de verla diario, hemos aprendido a vivir con ella sin sentirla.

Por eso vale recuperar la reflexión del novelista Mauricio Montiel Figueiras, quien advierte cómo la inmediatez digital ha deformado nuestra capacidad de asombro. Hoy, al recorrer con el dedo las pantallas de nuestros teléfonos, encontramos primero la noticia de un asesinato político y, un segundo después, el chisme banal de un reality show. En ese simple gesto, el dolor y el espectáculo se mezclan hasta volverse indistinguibles. Hemos reducido el horror a una publicación más, desplazando la empatía con un “me gusta” o un “compartir”.

Y ahí radica el verdadero drama: ya no nos duele lo que debería dolernos, ni nos sorprende una inimaginable realidad.
Michoacán y todo México son víctimas de la violencia, del silencio y de la indiferencia que la perpetúan. Porque no es normal ni es sano para una sociedad que nuestros hijos crezcan acostumbrados a vivir entre la tragedia. Porque cuando una sociedad deja de estremecerse ante la muerte, empieza a morirse también por dentro.

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Edgar Tinoco González

Reseñas y sucesos