El miedo como medida de control
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El miedo como medida de control

Miércoles, 03 Diciembre 2025 00:00 Escrito por 
Lo bueno, lo malo y lo serio Lo bueno, lo malo y lo serio Alfredo Albíter González

La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha escalado un peldaño más con dirección al autoritarismo. A estas alturas, para nadie puede ser ya un secreto que su tolerancia es muy limitada. El endurecimiento de sus facciones y sus maniobras por demostrar soltura y control emocional se derrumba, ya que deja ver más su frustración al no poder silenciar a los inconformes únicamente con palabras.

Las últimas semanas han desvelado la cara de una presidenta que llegó con enormes niveles de aceptación ciudadana; aunque posiblemente éstos se deben a que durante todo el sexenio de López Obrador la publicidad sobre su persona fue continua y persistente, al grado de normalizarla, pese a los tibios reclamos que hacían en la oposición por evitarlo.

López Obrador se caracterizó por desobedecer las normas, principalmente las que marca la Constitución, que es aún más grave. Como representante del poder ejecutivo se trataba del personaje más poderoso, por lo que en el papel, debería haber sido él y solo él quien pusiera el ejemplo para exigir a todos los demás respeto a la ley, y él, regirse con sobriedad y firmeza en todos sus actos como guía del destino de la nación.

No ocurrió así, todos fuimos testigos de ello, fue el primero en violentar el Estado de derecho, todos y cada uno de sus actos estaban orientados a reducir oponentes, instituciones y al mismo tiempo construir un autoritarismo pleno, sin tener que entregarle cuentas a nadie. La Corte —la anterior, no la de los acordeones— le marcó límites a sus actos y obras, pero, empecinado el tabasqueño en su terca visión, desobedeció una y otra vez las determinaciones judiciales, retando a ese poder para encontrar el mecanismo legal para frenarlo.

El expresidente se convirtió entonces, con cinismo y descaro, sin mayor problema, en asesor, coordinador, organizador y ejecutor de la amplia campaña que impulsó a Claudia Sheinbaum Pardo a la presidencia de México. Después, colocó los diques necesarios para contener a la oposición y seguir manejando todo a su manera.

El resultado es el que vemos ahora, una presidenta que desde luego deja ver que no tiene independencia alguna; en sus propias palabras, ha repetido hasta el cansancio que no romperá con López Obrador. Pero además, no puede hacerlo. Está acorralada y, peor aún, en su partido no la obedece nadie, excepto, y por fortuna para muchos, el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Omar García Harfuch.

La presidenta está dejando pasar una gran oportunidad para imponer una administración en la vida pública del país, propia y diferente, pero cada día se ve menos auténtica en su actuar. Si se presta un poco de atención en sus declaraciones y en la forma en la que se expresa, cada vez se parece más al expresidente: utiliza las mismas frases, los mismos señalamientos y hasta el mismo tono.

Le quedan cinco años de su gobierno, pero, como van las cosas, es comprensible entender por qué no son pocos los que aseguran que no terminará su sexenio. La mandataria tiene que enfrentar no solo a quienes esperan que caiga por su propio peso y apuestan a que se continúe equivocando y que dé motivos para un reclamo social más agresivo. También tiene que vérselas con los alfiles que le dejó sembrados su tutor político, que ya salió de entre las sombras y amenaza con regresar.

Los acontecimientos de las últimas semanas han colocado a Sheinbaum en la crisis más aguda que se le ha presentado hasta ahora. El asesinato de Carlos Manzo lo acrecentó, y las manifestaciones demuestran un hartazgo social que no quiere aceptar, pero que no puede contener, y sus respuestas no han sido las más atinadas.

Imponer orden a través del miedo es una receta vieja que la obliga a utilizar mano de hierro, aunque el pueblo puede sacudirse ese miedo para encararla. Los escenarios se han venido dando cada vez con mayor crudeza: la marcha de la “Generación Z”, el trato que les dio con el arresto de varios jóvenes y la amenaza de la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, en contra de los campesinos y transportistas que se manifestaron en una diversa, elevaron la tensión.

Las recomendaciones de contención que le fueron sugeridas, con el listado de distractores que en su momento sirvieron al nuevo sistema, no abonan en nada; se aprecian más ridículos y sordos, como el que protagonizó recientemente el impresentable Gerardo Fernández Noroña.

Es una fórmula que ya deberían haberse aprendido en la oposición y en los medios de comunicación, que —y vale comentarlo— los reporteros que cubren la fuente algo ya entendieron, y cuando se presentó aquel para ofrecer una rueda de prensa, los grillos hicieron aparición en el incómodo silencio que se presentó para cuando el arrogante político inquirió que si había preguntas.

Fernández Noroña no tiene únicamente la habilidad para irritar a Susana Uresti, o a Lilly Téllez, o a Alito Moreno; tiene la habilidad de encender los ánimos del más tranquilo y experimentado de los políticos y periodistas, pero se le presta atención, y eso lo saben en la 4T.

Por otro lado, la presidenta evidencia que no le quedan muchas opciones; seguirá utilizando a los granaderos “que ya no existen”; continuará con las líneas discursivas del librito dictado desde el rancho de feo nombre, dirigiendo sus acusaciones en contra de la derecha, los conservadores e incluso de la derecha internacional. Sin aceptar culpa alguna, jamás.

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Alfredo Albíter González

Lo bueno, lo malo y lo serio