Un conflicto implica, necesariamente, una diferencia y/o lucha de intereses, sentimientos e información. Cuando dos o más partes tienen posturas divergentes frente a un tema o suceso, emergen problemas que, en algunos casos, dependiendo de la gestión que se realice, pueden generar mejoras en determinadas áreas y que, en el largo plazo, pueden significar un fortalecimiento de la relación, las organizaciones, instituciones o empresas.
Por el contrario, gestionar inadecuadamente un conflicto puede provocar que se agrave o que su resolución tarde mucho tiempo, lo que naturalmente tendrá efectos negativos en las partes involucradas, tales como pérdida de tiempo y recursos, además del desgaste emocional que significa la tensión provocada por las diferencias.
Conforme avanza el conflicto, el desgaste entre las partes se agudiza o el agotamiento puede provocar que alguna de ellas desista de su propósito y se retire, dejando insatisfacción, resentimiento y latente el motivo de las diferencias, de manera que en un futuro podría resurgir el problema con mayor énfasis y con más elementos que ahondan el conflicto.
Parece que eso está ocurriendo en el conflicto que surgió en la Universidad Autónoma del Estado de México, desde el 28 de abril, cuando la comunidad de la Facultad de Humanidades entró en paro de actividades y al día siguiente lo hizo la Facultad de Artes.
Posteriormente, el 6 de mayo, la comunidad de la Facultad de Humanidades realizó un bloqueo del Paseo Tollocan a la altura de ese plantel en Ciudad Universitaria, y de ahí marcharon con otros contingentes hacia la Rectoría, cuyas instalaciones controlan desde esa fecha y la renombraron como la “Casa del Estudiante”.
Sus exigencias incluían la renuncia del rector en turno, Carlos Eduardo Barrera Díaz, quien así lo hizo unas horas antes de que concluyera su gestión al frente de la Máxima Casa de Estudios mexiquense. Ante esas condiciones, el Consejo Universitario designó a un encargado del despacho, quien desde el 14 de mayo ha desempeñado su responsabilidad sin que se haya logrado recuperar la normalidad de la UAEMéx. A la vista de algunos sectores ocurre lo contrario: parece que se agrava la problemática.
Y hasta este momento, no se vislumbra con claridad si hay condiciones de solución, aunque algunas estudiantes y estudiantes se muestran desgastados con la situación, tal como se observó el pasado lunes, cuando realizaron un bloqueo en avenidas cercanas a CU, dejando ver su enojo, cansancio y fastidio cuando se engancharon con provocaciones de algunos automovilistas que circulaban por la zona. Hubo el riesgo de que los enfrentamientos verbales se transformaran en agresiones físicas.
En ese sentido, parece que no hay ruta de negociación política, porque se han cometido muchos errores, como los que se exponen en el libro “Negociación política en democracia: diez prácticas efectivas”, editado por el Instituto Electoral del Estado de México (IEEM) con las aportaciones de Mara I. Hernández, Fabricio Brodziak y José Del Tronco (la edición está disponible de manera gratuita en el sitio del propio instituto).
La autora y autores explican que “los contextos dentro de los cuales se desarrollan las negociaciones políticas se caracterizan por su singularidad y complejidad”, por lo que deben considerarse tres dimensiones si el objetivo es lograr acuerdos “satisfactorios, estables y legítimos”: Diálogo, Inclusión y Poder. A partir de autores como Habermas, Elstter y Mansbridge, explican que —durante un proceso de negociación— es fundamental preguntarse: “¿estamos incluyendo las informaciones y opiniones de expertos?, ¿la negociación está basada en un intercambio de argumentos sólidos o dominan las amenazas y chantajes?, ¿los participantes expresan y escuchan sus respectivos intereses y necesidades a lo largo de la negociación?”
El problema, en el caso de la universidad, es que ni siquiera se ha entablado un esquema de negociación formal y profesional que permita conducir el conflicto a una ruta de solución. Se han presentado varias de las barreras que expone la obra referida antes, las cuales solo enlistaré, por ahora, por cuestiones de espacio.
1. Miopía y cortoplacismo, 2. Percepciones subjetivas de la realidad y la justicia, 3. Prejuicios, 4. Comunicación limitada, 5. Multiplicidad de grupos de interés, 6. Fallas en la representación de grupos o personas, 7. Barreras culturales o simbólicas, 8. Competencia electoral, 9. Cultura política autoritaria y 10. Reglas del juego democrático mal diseñadas.
Sin duda alguna, la actual crisis que enfrenta la institución podrá ser objeto de estudio, pero lo fundamental sería su resolución, aunque parece que ninguna de las partes involucradas tiene la voluntad de ceder, en un primer momento, para establecer un marco real de negociación. Hasta este momento, pareciera que el interés es que las circunstancias sigan como están. La pregunta reiterada es ¿quién gana con esta crisis?, porque lamentablemente —como lo mencioné anteriormente en este espacio— en un río revuelto, siempre hay ganancia de pescadores.